Política

Comunidad de Madrid

Garrido venga a Cifuentes

Se fuga a Cs después de pedirle a Casado ir en la lista europea El ex presidente madrileño se limitó ayer a mandar un wasap, «no se ha ejecutado lo mío», y Génova se enteró por la Prensa. Cifuentes sigue siendo su «amiga» y también le impulsó Cospedal.

Ángel Garrido, ex presidente de la Comunidad de Madrid como miembro del PP, ayer, con el candidato de Ciudadanos a la Comunidad, Ignacio Aguado / Efe
Ángel Garrido, ex presidente de la Comunidad de Madrid como miembro del PP, ayer, con el candidato de Ciudadanos a la Comunidad, Ignacio Aguado / Efelarazon

Se fuga a Cs después de pedirle a Casado ir en la lista europea El ex presidente madrileño se limitó ayer a mandar un wasap, «no se ha ejecutado lo mío», y Génova se enteró por la Prensa. Cifuentes sigue siendo su «amiga» y también le impulsó Cospedal.

El PP de Madrid es una olla a presión por la dura carga que arrastra del pasado y por sus temores electorales del presente. A esto se suma el malestar de quienes se sienten víctimas de la «purga» renovadora del nuevo PP, de la depuración de las listas para dejar paso a savia nueva con el objetivo político de hacer otro partido, pero también de sobrevivir electoralmente a la dañada herencia recibida de Mariano Rajoy. En este escenario inestable, el ex presidente de la Comunidad de Madrid Ángel Garrido se la clavó ayer por la espalda a Génova al anunciar su decisión de pasarse a las filas de Ciudadanos (Cs) y renunciar a su puesto como número 4 de la lista europea popular. Primero echó en ella su rúbrica, según el PP este mismo lunes, el mismo día que Cs confirma que cuajó su ofrecimiento para integrarse en su equipo. Ahora irá como 13 en la lista de Cs a la Asamblea de Madrid.

Si fuera una cuestión de principios, como ahora alega, de que no está de acuerdo con el nuevo PP de Casado, de que no comparte la «derechización» de las siglas, o de que no se han atendido sus peticiones, «no se ha ejecutado lo mío», Garrido no habría estado presionando hasta el último momento, casi implorando, la reedición de su candidatura por Madrid.

Lo movió en privado y lo dijo en público: que quería seguir como presidente de la Comunidad con Pablo Casado ya al frente del PP. Si fuera cuestión de principios o de desacuerdo con la política de renovación de Casado, si estuviera descontento con la caída del «marianismo», del que no formaba parte, tampoco le habría pedido personalmente a Casado que si no era posible seguir de candidato, le incluyera en la lista europea, un buen destino. Además, pidió también que se encajara en la lista a alguno de sus colaboradores, y esto fue atendido por Génova, o así lo sostienen en la dirección nacional. Él dice que no se cumplió lo pactado.

Es en este marco, a cuatro días de las elecciones y sin ni siquiera comunicárselo antes al PP, cuando Garrido ejecutó su venganza, que parece en su nombre, en el de su amiga Cristina Cifuentes, y en el de alguna otra vieja gloria del partido que hoy se siente desplazada y poco mimada. A Ciudadanos le brinda en bandeja, después de haber dicho barbaridades contra las siglas de Rivera, que agite en el cierre de la campaña el eslogan de que son «la casa abierta del centro». Por cierto, en la que han encontrado refugio socialistas y populares que habían dejado de contar en sus partidos como ellos querían .

Este «golpe» afecta al PP nacional, pero también al PP madrileño, que sufre una situación de estrés como hacía años no tenía que manejar. A la presión de Ciudadanos se une la fortaleza teórica de Vox en este feudo simbólico del poder territorial de los populares. Y Casado puede no llegar a La Moncloa en su primer asalto –según confiesan en el PP–, pero casi «sería más traumático para nosotros» perder la Comunidad de Madrid, donde llevan décadas acumulando mayorías absolutas hasta las últimas autonómicas.

El PP de Madrid es un partido lastrado por las malas herencias acumuladas de la etapa de poder de Esperanza Aguirre y, a las que dio continuidad, con la ayuda de sus fieles, Cristina Cifuentes. «Familias» que han convivido con juego sucio de por medio, que se han traicionado y se han delatado, y que en su esencia miraron hacia otro lado al calor de la corrupción estructural de la cúpula de mando que sostuvo Aguirre. Faltaba sólo que el ex presidente madrileño Ángel Garrido, jugará a lo Judas y moviera las piezas para convertir lo que es una «traición» para su organización en el titular soñado por Rivera.

La historia es mucho más compleja. Sobre todo porque en política casi todo, por no decir todo, nunca es lo que parece. Garrido se hizo un nombre, sin ser nadie, por vencer el pulso a la «guerra» de los taxistas. Pero ahora lo que se cuenta de esa letra pequeña es que él no veía sentido a mantener ese pulso, que no quería líos, y que la gestión de esta batalla se llevó desde Génova, más concretamente desde el mismo Gabinete de la Presidencia del PP, que dirige Javier Fernández Lasquetty.

Garrido fue «mano derecha» de Cristina Cifuentes y luego de Dolores de Cospedal, como secretaria general del partido, que le utilizó en medio de su guerra con la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Cospedal quería controlar el PP de Madrid para la batalla sucesoria, y Garrido era la pieza útil para su estrategia. Tras la caída de Cifuentes por el Máster y las cremas, Cospedal apadrinó a Garrido y le impuso, frente a las dudas de la dirección nacional del partido. Mariano Rajoy no quería líos y, como en tantas otras cosas, dejó hacer. Ahí está en buena medida la explicación de que detrás de él dejase «tierra quemada» en el partido –se quejan hoy en Génova–, unas siglas sin «banquillo», «debilitada» en sus estructuras y llena de «agujeros» territoriales. Prácticamente desaparecido en Cataluña, en el País Vasco y en Navarra.

«No se ha ejecutado lo mío» ha sido el último wasap que el hoy ya miembro de Ciudadanos envió a la dirección del PP. Ya había pactado con el secretario general de Ciudadanos, José Manuel Villegas, la puesta en escena de «la traición de Judas».