Metro de Madrid
«Hemos trabajado 30 años con amianto sin saber que era cancerígeno»
Antonio Barrios trabaja en los talleres mecánicos de Metro desde 1982. Su vida laboral es paralela a la del segundo empleado con cáncer que está tramitando la declaración de enfermedad laboral por su exposición al mineral tóxico. «Somos víctimas del desconocimiento»
Antonio Barrios tiene 58 años y es uno de los más de 500 oficiales de mantenimiento de ciclo corto que se encargan de revisar los trenes que circulan por la red madrileña de Metro. De domingo a jueves, en turno de noche, comparte con otros ocho compañeros jornada laboral en las cocheras de El Sacedal, en Mirasierra. Hace un año la plantilla de este servicio allí era de diez personas, pero una enfermedad provocada presuntamente por la manipulación de materiales con amianto, arrebató un miembro al equipo. Su compañero aún continúa de baja. Antonio se lleva con él apenas seis días y han tenido vidas paralelas en lo laboral hasta ahora, explica. Ambos han trabajado durante más de treinta años en los talleres del suburbano madrileño manipulado piezas «desde el desconocimiento» con la sustancia declarada oficialmente cancerígena en 2002. «Trabajamos con trenes que tienen más de cuarenta años, hay elementos que a ciencia cierta tienen amianto y ya no los tocamos», explica. La dolencia que ha apartado de su actividad laboral a su compañero ha encendido todas las alarmas en el resto de la plantilla. Relata que se pasa noche sí, noche no limpiando un elemento de los trenes llamado apagachispas y que va cubierto en unas cajas en las que queda depositado y estanco el polvo cancerígeno. Ellos son los únicos que abren estos elementos, por lo que tranquiliza al explicar que ni maquinistas, ni por supuesto viajeros, están expuestos a las fibras tóxicas del mineral.
Para Antonio y sus compañeros la tranquilidad es menor, saben que, de aparecer, los efectos del amianto no dan la cara enseguida: «Entre los compañeros ha habido preocupación pero no trabajamos con miedo, los síntomas de esto aparecen a largo plazo. El que lo inhaló ya lo tiene dentro», reflexiona.
En el depósito de Metro en Sacedal, y en cuatro turnos durante las 24 horas del día, una treintena de personas se encargan del mantenimiento de los trenes de las líneas 6 y 9. Trabajan con los vehículos de la serie 6000 y también 24 o 26 unidades de la polémica y antigua serie 5000, en los que Metro detectó amianto. Son convoyes que la compañía de suministros ferroviarios CAF vendió a la empresa de transportes madrileña de las series segunda y cuarta, como las que se enviaron al suburbano de Buenos Aires y que según ha confirmado Metro, podrían contener amianto en sus piezas. «Los elementos son iguales y el fabricante es el mismo, seguramente se hayan utilizado recambios de otras series con piezas que tienen amianto sin saberlo ni nosotros ni nuestros responsables. No es que sean piezas de trenes viejos, se trata de repuestos nuevos y se recurre a ellos porque están en los almacenes», da explicación Antonio a que hayan aparecido piezas de vehículos antiguos (anteriores a 2002, fecha en la que se prohibió seguir fabricando con el mineral) en algunos de los trenes que Metro adquirió a partir de 2003 y posteriormente). Estas piezas, al pertenecer al mismo fabricante, son muy similares, cuando no iguales, y se pueden intercambiar de unos modelos a otros. Por eso, subraya, en ocasiones pueden utilizar recambios nuevos de trenes más viejos en los más modernos y que ahora éstos también aparezcan en la lista que Metro tiene en cuarentena.
Plan de desamiantado
Los que sí están ya en cuarentena para evitar que nadie más pueda inhalar fibras de amianto durante su manipulación son los disyuntores de los trenes. Una especie de interruptor principal, como el de los plomos de las vivendas –explica el empleado–, que evita que llegue la corriente a los motores y puedan producirse incendios provocados por las chispas que salen de estos elementos. No los tocan desde que la empresa dio la orden hará más o menos un mes.
A la par que los trabajadores de mantenimiento de Metro, una empresa especializada en desamiantar trabaja estos días también en los talleres para detectar elementos con el elemento cancerígeno. «Los viajeros no tienen problema, las piezas afectadas van en cofres estancos debajo de las plataformas de viajeros. Son elementos de alta potencia que van encapsulados siempre y que en caso de que sea necesario abrirlas sólo lo hacemos nosotros», tranquiliza Barrios a los usuarios. Con un caso confirmado, un segundo denunciado y en vías de ser admitido como enfermo por una patología laboral y un tercero aún en análisis, todos los compañeros de Antonio (él aún no porque estaba de baja cuando le llamaron) se han sometido ya a revisiones médicas para comprobar si el amianto ha llegado a sus pulmones. ¿Cómo son las pruebas? Les hacen placas frontales de rayos X, unas del pecho y otras de la espalda. También una espirometría que evalúa si padecen patologías respiratorias. Realista, Antonio explica que «si no detectan nada ahí se queda la cosa. Si no, se hace una revisión más profunda». Lo peor es que siempre les quedará la duda: «Hemos tenido compañeros jubilados con cosas de pulmón y ahora ya no sabemos si lo que han tenido ha sido porque eran fumadores, como pensábamos, o por el amianto».
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