Solidaridad

La cruzada solidaria de la Orden de Malta

Proveer bienestar interior y exterior a los más necesitados es la misión de esta organización que atiende en su servicio de duchas, ropero y peluquería a casi un millar de personas en el barrio de San Juan Bautista

Águeda se encarga del reparto de prendas en el ropero del Centro San Juan Bautista
Águeda se encarga del reparto de prendas en el ropero del Centro San Juan Bautistalarazon

Esta semana hemos conocido cuánto dinero destinó el Ayuntamiento de Madrid en 2017 a ayudas económicas para acabar con la exclusión social en todas sus vertientes: un total de 12,2 millones de euros.

Esta semana hemos conocido cuánto dinero destinó el Ayuntamiento de Madrid en 2017 a ayudas económicas para acabar con la exclusión social en todas sus vertientes: un total de 12,2 millones de euros. Esto supone un aumento en la inversión del 17% con respecto al año anterior, pero, para lamento de toda nuestra estructura comunitaria, no es suficiente. Y ahí, en ese hueco que no llega a cubrir la administración y en el que se encuentran atrapadas centenas de historias malvividas, es donde brotan –abonados por la generosidad y el altruismo de otros con más fortuna– proyectos benéficos como los que prosperan entre las paredes del Centro Social San Juan Bautista de la Orden de Malta España. Con 960 años de historia, la misión hospitalaria de esta organización religiosa ha evolucionado ampliando día a día sus fronteras materiales hasta construir con un enorme engranaje humano todo un sistema de atención y servicio integral a disposición del ciudadano más necesitado. Así, y con razón, todos los que hacen posible que las puertas de los números 18 y 20 en la calle Morando (en el distrito de Ciudad Lineal) se abran y cierren jornada tras jornada coinciden a la hora de destacar el carácter multidisciplinar de su centro: «Nuestro objetivo es que los usuarios se sientan bien por dentro y por fuera», recalcan.

Por fuera, sí, porque, aunque pueda sonar banal, para muchas de las personas que se ven en la necesidad de recurrir a la caridad de otras, recuperar la imagen que recuerdan suya antes de caer en la mendicidad «les da la vida»; más que un plato de comida caliente, que una almohada sobre la que dormir, que la medicina para acabar con ese recurrente dolor de cabeza, «verse en el espejo después de un corte de pelo les ilumina la cara», explica orgullosa de su labor Águeda, responsable del ropero del centro. Ella, farmacéutica de oficio y madre de tres hijos a jornada completa, encuentra la manera de reservarle tiempo a la recogida, limpieza, clasificación y reparto de ropa para los usuarios del Centro San Juan Bautista: «Yo me encargo de gestionar todo el proceso de entrada y salida de prendas, pero, detrás de mí, hay decenas de voluntarios trabajando constantemente por la causa», aclara Águeda señalando los dos muros de ropa apilada que la escoltan a un lado y a otro. Etiquetas escritas a mano y estantes más rústicos que los de la boutique de siempre, pero, aunque en un esbozo, muy similar a una tienda de moda: «Tenemos que dar cosas dignas», explica la encargada del ropero mostrándonos las donaciones que se ven obligados a rechazar por su mal estado.

Y en ese momento, con Águeda señalando el roto de uno de los vaqueros enmarañados del enorme saco negro que será enviado a una planta de reciclaje, entra Javier y la sorprende por la espalda para continuar con la visita por las instalaciones del centro: «Al servicio de duchas recurre el que no tiene nada, sólo la calle», presenta Javier perfilando a sus usuarios, que son mayoritariamente varones españoles. Así lo refleja el balance sobre el ejercicio del último semestre en este centro, donde fueron atendidos desde agosto un total de 576 hombres frente a 69 mujeres; entre todos ellos, 374 eran nacionales, mientras que el resto se reparten en otros 23 países, destacando Marruecos, Rumanía, Argelia, Filipinas y Colombia. Francisco es el responsable de esta prestación que, además de ayudar a los que no tienen un techo bajo el que dormir, hace la vida un poco más fácil a quienes se encuentran con más obstáculos en el camino que otros: «Dos mujeres acuden porque tienen la movilidad reducida y no disponen de medios para ducharse por sí mismas ni de asistencia para hacerlo en sus casas», expone Javier al tiempo que da la bienvenida a todo el que llama al timbre.

De pronto, rompiendo de un golpe la conversación a la que se iban uniendo con miradas curiosas y sonrisas nerviosas algunos de los habituales del centro, una mujer entra notablemente preocupada alertando de una emergencia a unos metros de allí, en la estación del suburbano más cercana: un joven acaba de sufrir un ataque epiléptico. Sin vacilar un segundo, dos hombres uniformados con bata blanca salen apresurados. «Ellos son parte de nuestro equipo médico», dicen al momento Águeda y Javier al tiempo que se dirigen al dispensario médico del centro, un espacio que se queda pequeño teniendo en cuenta el tamaño del equipo tan completo que dirige Marisa. «La Consejería de Sanidad avala nuestra labor en medicina básica, pero contamos con especialistas de todo tipo y podemos derivar los casos que así lo requieran a otros centros», informa la doctora mirando satisfecha a su grupo de voluntarios, entre los que hay desde una joven a punto de graduarse en Medicina hasta un cirujano, pasando por un anestesista y una estudiante de Derecho. Así pues y aunque no puedan hacerlo en su pequeña consulta, este equipo médico es capaz de dar cobertura a todo tipo de dolencia, incluso de carácter odontológico u oftalmólogo. «El próximo día 22 de marzo tenemos una campaña de recaudación de gafas graduadas que se solapará con una jornada completa de revisiones a manos de una clínica que prestará sus servicios de forma voluntaria», anuncia Marisa.

Observando en silencio, con el brillo en los ojos de quien se siente mejor y la prisa retenida en una postura inquieta del que sabe que espera por él un plato de garbanzos y un helado de frutas, un hombre espera su turno para hablar con el doctor antes de cenar Porque, un par de calles más allá, en Costa Verde 15, se presiente el pronto cierre del comedor que también gestiona la Orden de Malta en esta zona. Carmen, ataviada con un delantal salpicado de sudor y ganas, describe acelerada el mecanismo de una cocina que da alimento a más de 200 personas al día: «Cerramos en unos minutos y la gente no deja de llegar; me temo que la comida no sea suficiente», se excusa para seguir con su faena, que no es poca.

Y sin embargo, pese a todos los esfuerzos de Águeda, Javier, Marisa, Carmen y todos los demás que no esperan a cambio otra cosa que «un buen sitio en el cielo», todos coinciden en que lo que más anhelan los que acuden al Centro Social San Juan Bautista es hablar, sentirse escuchados, verse abrazados por el calor humano: «Una función que tenemos todos en común aquí en la de sentarnos a su lado y ayudarles a salir del letargo», dice Javier, porque, «la calle les demencia, y además, les engancha», continúa Águeda; «la calle, definitivamente, les mata», concluye él.

Más de 200 menús diarios y consulta médica

Centenares de "invitados"diarios a comer.El comedor de la Orden de Malta, en el número 15 de la calle Costa Verde de la capital, atiende a 200 personas cada día. El de Bascones, un par de calles más arriba, tiene una capacidad para 350 personas y abre seis tardes a la semana.

81.411 litros de agua es la cifra de agua consumida por el servicio de duchas de la organización a lo largo de 2017. Proveen a sus usuarios de ropa interior, maquinillas de afeitar, cepillos de dientes y calcetines. El centro cuenta con dispensario médico y un equipo de doctores voluntarios.