Restringido
La jueza ordenó que Ortiz mantuviera su peso en la cárcel
No debía variar su aspecto físico para que las víctimas del pederasta pudiesen señalarle en las ruedas de reconocimiento. El presunto agresor no se atreve a salir al patio, ni cuando está vacío, por temor a las amenazas del resto de presos
Antonio Ortiz, el presunto pederasta de Ciudad Lineal, que con tanta superioridad y vileza trataba a sus víctimas, se ha convertido en la cárcel en un consumado cobarde, ya que teme que en cualquier momento alguien le pueda matar, según han señalado a LA RAZÓN fuentes con información sobre este asunto. Tras su paso inicial por la enfermería, al ingresar en la prisión de Soto del Real, se le asignó una celda individual, de la que procura salir el menor tiempo posible ya que teme ser agredido por otros reclusos. Es cierto que algunos de ellos le han dirigido insultos desde el patio, incluso amenazas, pero su reacción es desproporcionada, hasta el punto de que el miedo condiciona todas sus actividades.
Existe una leyenda no escrita de que los presos no toleran a los violadores, y mucho menos si son de menores, como es el caso, y que están dispuestos a hacer justicia a su manera. Pero no deja de ser eso, una leyenda, ya que los funcionarios y la organización interna de las cárceles evitan este tipo de incidentes. De hecho, se le ha aplicado el artículo 75 de la normativa penitenciaria, que indica que los detenidos, presos y penados no tendrán otras limitaciones regimentales que las exigidas por el aseguramiento de su persona y por la seguridad y el buen orden de los Establecimientos, así como las que aconseje su tratamiento o las que provengan de su grado de clasificación. En su caso, a solicitud del interno o por propia iniciativa, el director podrá acordar mediante resolución motivada, cuando fuere preciso para salvaguardar la vida o integridad física del recluso, la adopción de medidas que impliquen limitaciones regimentales, dando cuenta al juez de vigilancia.
En el módulo en el que está, goza de condiciones de vida protegida, pero aun así, teme el ataque de otros reos. «Tiene un miedo cerval a salir al patio, incluso cuando los funcionarios le indican que no hay nadie. Prefiere quedarse en la celda», agregaron. Y eso que a Ortiz le fueron asignados hasta tres presos sombra cuya labor es prevenir que el presunto pederasta trate de autolesionarse durante las primeras semanas de estancia en prisión, como parte del Protocolo de Prevención de Suicidios (PPS). Estos reos podrían a su vez dar la voz de alarma en caso de que algún otro interno tratase de agredir a su «vigilado».
Es más, pese que el PPS suele aplicarse por poco tiempo y dentro del mismo está también la ubicación de Ortiz en una celda acristalada de observación en la enfermería, al parecer continua ingresado de forma protegida. Así, los reos que se alojan en la enfermería cuentan con camas ligeramente más anchas y baño y ducha independientes en sus celdas. Tampoco tienen que compartir comedor con el resto de presos comunes y, en el caso del presunto pederasta de Ciudad Lineal, cuenta con tiempo de patio para el solo, ya que los funcionarios vacían el espacio para que pueda salir al aire libre. Sin embargo, el presunto autor de cinco agresiones sexuales ni siguiera quiere pisar el patio cuando no hay nadie, ya que teme las amenazas que le lanzan el resto de internos.
Sin hacer deporte
Una de las pocas quejas que ha formulado fue que no le dejaban practicar ejercicio físico para mantener las actividades de culturismo a las que es tan aficionado. Las fuentes consultadas han aclarado que esta decisión fue motivada por una indicación de la autoridad judicial, ya que se pretendía evitar que modificara su aspecto físico antes de las ruedas de reconocimiento con sus víctimas, en algunas de las cuales fue señalado como el autor de las agresiones sin ningún género de dudas.
Otra cosa a la que Ortiz no ha renunciado es a su narcisismo. Se pasa el día lavándose, arreglándose, peinándose. Para él, su aspecto y el cuidado del cuerpo son fundamentales. De hecho, una de las cosas que llamaron la atención a su familia en Santander fue cuando apareció, tras casi 24 horas de ausencia –en las que realizó un viaje relámpago a Madrid para ver a su amigo Conrado, que le proporcionaba los coches con los que presuntamente realizó las agresiones–, sin ducharse, ni afeitarse y con la misma ropa que el día anterior. Es más, sus familiares insistieron en la obsesión de Antonio con su aspecto físico cuando declararon como testigos.
En cambio y pese a que durante las semanas en las que tuvo intervenido el teléfono habló con varios miembros de su familia cercana, nadie salvo su madre ha tenido noticias de él desde la detención a finales de septiembre. Desde que ingresó en prisión, no ha recibido ninguna visita y por teléfono (pese a tener derecho a diez llamadas de cinco minutos a unos números previamente establecidos) sólo se ha puesto en contacto con su madre.
Además, Ortiz respeta todas las normas del centro y las indicaciones de los funcionarios –que incluyen limpiar su celda a diario–, con los que no ha tenido ningún tipo de roce o discusión. Pero ha descartado la participación en cualquier actividad de la cárcel que suponga la compañía de otros reclusos, pese a que podría conseguir dinero gracias a los trabajos en diversos talleres, que son remunerados.
De la frialdad y la chulería al pavor
Una de las cosas que más llamó la atención a los agentes de Policía que trataron a Antonio Ortiz tanto en su detención como durante los registros a su vivienda y a la «casa de los horrores» en la calle Santa Virgilia –donde presuntamente habría cometido al menos dos de las agresiones sexuales– fue la frialdad con la que asumió su estancia en los calabozos de Plaza de Castilla y al declarar ante la jueza de guardia, ante la que presumió de haber sido absuelto en dos ocasiones. Pese a que Ortiz ya había permanecido varios años encarcelado por la violación de otra menor, fuentes policiales destacaron que lo habitual es «romperse» a los tres días. Sin embargo, el presunto pederasta permaneció impasible y no se derrumbó en ningún momento durante las primeras semanas. Tan sólo mostró una señal de la tensión que sentía durante el registro de la casa de Santa Virgili, momento en el que se mareó, probablemente por el elevado nivel de estrés al que se vio sometido. Igualmente, durante los primeros días en Soto del Real llegó a encararse con un preso que le dijo «no me mires, que tengo un hijo», al que respondió: «yo también soy padre». En cambio, a lo largo de las semanas esta actitud ha cambiado y pese a que mantiene su gran musculatura y es titulado en artes marciales, no se atreve a cruzarse con otros reos del centro penitenciario ni soporta la posibilidad de que le amenacen.
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