Operación Candy
Las mujeres del pederasta de Ciudad Lineal
La noticia de la detención de Antonio Ortiz estalló como si fuera una mina antipersonas en el domicilio de su primera mujer, Rosa. Fue apretar el botón de encendido del televisor y ver en la pantalla docenas de imágenes de su ex marido en el gimnasio, casi todas sin camiseta. Sus dos hijos, uno de ellos menor de edad, abrían los ojos incrédulos: su padre detenido como responsable de los asaltos y agresiones sexuales de Ciudad Lineal. Todavía hoy no se lo pueden creer.
«Imagínate el pasado miércoles, hace justo una semana, cuando encendemos la televisión y mis hijos y yo vemos que Antonio ha sido detenido por ser el pederasta de Ciudad Lineal. No lo podíamos creer. Mis dos niños están destrozados. Necesitan ayuda psicológica. Espero que la Seguridad Social nos de asistencia, porque estoy en paro», reconoció Rosa en Espejo Público. La conversación se sostiene en el reservado de un bar, ajenos a miradas y oídos indiscretos. La ex mujer de Antonio rechaza que se grabe su imagen y también que se registre su voz. «Te autorizo a que escribas lo que te cuento pero nada más», dice antes de dar un sorbo al refresco de naranja que tiene delante.
Su historia se remonta a 1998, cuando ya casada y dedicada en cuerpo y alma a trabajar y al mismo tiempo cuidar de dos bebés de corta edad, se encontró con cuatro policías de paisano en su casa. Buscaban a su entonces marido por haber secuestrado a una menor de edad durante varias horas. «Un día llegué a casa y había cuatro policías secretas. Esperaban a Antonio. Le detuvieron por agredir sexualmente a una menor. Él lloraba y me gritaba que era mentira, que la niña se habría confundido. Decía que era inocente. Se lo llevaron detenido. Regresó a los tres días. Yo no sabía qué pensar. Él lloró. Insistía en que la niña se había equivocado de persona. Estaba libre, no en la cárcel. Yo estaba loca por él, no te puedes imaginar lo enamorada que estaba. Sólo tenía 23 años y me lo creí».
Se encontraba en libertad condicional a la espera de juicio. «Él iba a firmar todas las semanas a los juzgados de Plaza de Castilla. Una vez no regresó. Fui allí a interesarme por lo que había ocurrido. Pregunté y me dijeron que lo habían metido en la cárcel. Dos policías empezaron a enseñarme pruebas. Su semen estaba en la ropa de la niña, en nuestro coche había ADN de la pequeña a la que secuestró. Todo lleno de pruebas. Por fin abrí los ojos y me divorcié».
El dolor fue tremendo. Rosa quebró. Si consiguió salir adelante fue por el amor a sus hijos. Tenía que luchar por ellos, por su futuro. Les ocultó qué había hecho su padre y se desentendió de él. Cualquier distancia era poca. La que no renunció a su hijo fue María Dolores, la madre del presunto pederasta. «Ella, para aquel juicio, le puso los mejores abogados. Siempre que Antonio tenía un problema, acudía a su madre. Se refugiaba en ella. Sobre todo porque ella tenía dinero», cuenta Rosa con voz suave. Es una mujer educada, contenida, que mira a los ojos cuando habla, pero a la que la vida parece que le ha dado la espalda. No recuerda cuándo comenzó a retirar piedras del camino, pero no ha dejado de hacerlo desde el día que supo quién era de verdad la persona con la que se había casado. «Me siento completamente desvinculada de él. Si hay algo que lamento profundamente es no haber pensado ni un minuto que era él el violador de Ciudad Lineal. Si se me hubiese pasado por la cabeza habría ido inmediatamente a denunciarlo para evitar que agrediera a más niñas», se reprocha.
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