Elecciones municipales

Los grafitis «emborronan» el presupuesto municipal

Jesús G. Feria
Jesús G. Ferialarazon

Desde hace años existe un debate recurrente en los plenos municipales: ¿las pintadas son arte urbano o vandalismo? La polémica surge puesto que se trata de una actividad de «contracultura», es decir, al margen de los circuitos comerciales que, a la vez, destruye el patrimonio de la ciudad indiscriminadamente. En la pelea porque los grafiteros pasen por el aro institucional y sólo se expresen en murales acotados, la realidad que se impone son los 61 millones que cuesta su arte a las arcas municipales.

Según datos del Área de Medio Ambiente, entre 2006 y 2012 se gastó una media de 10,2 millones de euros al año en limpiar las pintadas. Un gasto que se emplea especialmente en el distrito Centro, el más afectado, donde, además, se encuentra la mayor concentración de patrimonio histórico de la ciudad y, por lo tanto, el que necesita unas restauraciones más cuidadosas y costosas.

Dada la frágil situación de las arcas municipales, en las que se cuenta cada céntimo para no rebajar la calidad de los servicios que presta el Ayuntamiento, la cantidad empleada en arreglar lo que otros destruyen sin miramientos se antoja excesiva. Con el dinero que se gasta cada año en limpiar pintadas se podrían asfaltar 40 kilómetros de calzada o pagar 4 meses de alumbrado de la ciudad, por ejemplo. Y, aunque hay multas para los grafiteros pillados in fraganti, ni mucho menos alcanzan a cubrir el coste de la limpieza. En 2012, Medio Ambiente realizó 682.274 actuaciones de limpieza de grafitis.

De hecho, en 2009 se intentó dar una vuelta de tuerca a las sanciones a los que hacen pintadas en la nueva ordenanza de limpieza urbana. Así, las multas pasaron de, entre 60 y 90 euros, con un máximo por reincidencia de 150 euros, a entre 300 y 3.000 euros con recargo por reincidencia de entre 600 y 6.000 euros. El objetivo era claro, apelar al bolsillo para que se lo piensen mejor antes de sacar las pinturas. Sin embargo, la pega radica en la dificultad de pillar a los autores de las pintadas en el momento preciso. El año pasado se abrieron 73 expedientes sancionadores al respecto, que resultaron en una recaudación de 111.100 euros en concepto de multas y 5.339 euros por el gasto de limpiar las pintadas.

Incluso con estos datos, subyace el dilema sobre el grafiti como arte urbano. Según explicó en el pleno municipal de mayo el delegado de Medio Ambiente, Diego Sanjuanbenito, se han realizado diversas acciones de fomento de este arte en uno de los puentes de Madrid Río en la Noche en Blanco y existe una iniciativa en el Área de las Artes, llamada Oficina de Gestión de Muros, que pretende precisamente canalizar este aspecto. El problema es que el grafiti se ha considerado un arte underground y una de sus señas de identidad es la clandestinidad y el desprecio por el patrimonio ajeno. Al respecto, Sanjuanbenito lanzó la siguiente pregunta: «si Banski –un conocido artista de esta disciplina– hace un grafiti en el Templo de Debod ¿es arte o es vandalismo?».

Es más, los propios grafiteros se distinguen entre sí de los «tageros». Los primeros dibujan sobre los muros y los otros se limitan a dejar su firma por doquier, como miles de adolescentes con un rotulador, incluso en las pintadas de los más reconocidos. Así, hay una iniciativa popular para proteger una de las obras de Juan Carlos Argüello, alias «muelle» en una medianera de la calle Montera.