Violencia callejera
Malasaña: Unos grafiteros agreden a un vecino que les reprendió
Los residentes de este barrio del distrito Centro denuncian que se ha intensificado la aparición de pintadas en las paredes de sus calles. Aseguran que en muchas ocasiones son las propias comunidades, y no el Ayuntamiento, las que pagan la limpieza
Los residentes de este barrio del distrito Centro denuncian que se ha intensificado la aparición de pintadas en las paredes de sus calles. Aseguran que en muchas ocasiones son las propias comunidades, y no el Ayuntamiento, las que pagan la limpieza.
Malasaña es uno de los barrios de moda de Madrid. Bares de copas, cafeterías de diseño, tiendas de moda y apartamentos turísticos llenan sus calles. Sin embargo, desde hace algún tiempo, las vías de esta zona situada a espaldas de la Gran Vía tienen un nuevo invitado: los grafitis.
Y es que dentro del cuadrado que forman las calles de San Bernardo, Espíritu Santo, Corredera Alta de San Pablo y Divino Pastor, no hay un solo portal en el que un grafitero no haya dejado su firma. Este es un problema que molesta por igual a vecinos y comerciantes y en el que los residentes sienten que el Ayuntamiento no está jugando todas sus cartas para atajarlo. Francisco, que lleva treinta años viviendo en Malasaña, explica que «es una pena que todas las paredes estén así de sucias» porque «degrada el barrio». El veterano residente cree que «es un problema que se ha intensificado desde hace poco tiempo, porque antes no era así». Sin embargo, la solución no parece sencilla: «Mi familia ha llamado al Ayuntamiento para que traten de limpiar las pintadas de nuestra fachada, pero nunca se sabe cuándo vienen». Por eso, a Marujita, una de las vecinas más longevas de Malasaña, no le tiembla la voz al pedir a la alcaldesa Manuela Carmena «que se preocupe de los problemas del nuestro barrio».
Así, los vecinos se ven obligados a gastar dinero en arreglar los desperfectos que los grafiteros causan. Las comunidades de vecinos también recurren a pintores o a empresas especializadas en limpieza de fachadas. En algunas ocasiones, como el caso de Isabel, «la limpieza de grafitis del portal lo cubre el seguro», pero en otras ocasiones –como denuncian Edgar y Juan Carlos, otros dos malasañeros– la situación es diferente y son los presidentes de la comunidad de vecinos «los que tienen que dar aviso al Ayuntamiento para que venga a limpiar».
Ante esta situación, los residentes cada vez están más desesperados. Felipe señala que «los grafitis no deseados son un problema para todo el mundo porque los comerciantes tienen que pedir permisos especiales para limpiarlos y los vecinos no sabemos qué solución buscar». Porque, señala el vecino, «los grafiteros vienen por la noche y pintan cuando quieren, a lo mejor con más vigilancia o mayores castigos legales se podría paliar la situación, pero lo veo complicado». Otros, como Juan Gómez –que ha vivido los 51 años de su vida en Malasaña– se muestran menos optimistas y por eso, subraya, «nunca damos aviso al Ayuntamiento, aunque me pinten la puerta de mi casa».
La violencia cotidiana de los grafitis no se queda en las fachadas de los inmuebles. R.G., un vecino de Malasaña, en una tribuna publicada en el portal «Somos Malasaña», relata como hace unos días observó a «un grupo de tres jóvenes pintando en la calle Quiñones» que «dejaron sobre el suelo una voluminosa mochila con al menos 10 botes de pintura y se pusieron a dejar grafitis en la pared de una vivienda». Este vecino llamó en un primer momento a la Policía y mientras esperaba la llegada de los agentes y «ante la pasividad del resto de viandantes», explica, se acercó al grupo para recriminarles lo que hacían. Pero los jóvenes «no solo no se amedrentaron», continúa R.G. su relato, «sino que me insultaron y me empujaron hasta tirarme al suelo». Este vecino permaneció en el lugar esperando a las sirenas azules del coche patrulla, pero, «pasada una hora nadie fue por allí, así que decidí irme a mi casa, con el codo quemado y el pantalón sucio por la caída, un cabreo monumental y con otra pared de Malasaña con más pintadas», explica.
En la carta también explica que el servicio de limpieza de grafitis del Ayuntamiento «cada vez funciona peor, y de las semanas que tardaban antes en responder, ahora pasamos a los 3 o 4 meses», sentencia. Los grafitis y el silencio de la administración los sufren también varios negocios de la zona, y para ellos se traduce en un desembolso económico constante. Sergio trabaja en una tienda de helados en la Plaza del Dos de Mayo –epicentro del barrio– y afirma que «hace poco tiempo nos pintaron el cierre, y como tiene agujeros nos mancharon también el escaparate». «Limpiar los cristales de esa pintura», continúa el empleado, «cuesta dinero y tiempo, además el Ayuntamiento cada vez nos hace menos caso. Antes limpiaban más a menudo». Susana, que además de ser vecina tiene un negocio en el barrio, señala que tuvieron que «contratar a un grafitero profesional para que tape la pintada que nos hicieron en el cierre de mi establecimiento». Una situación que se replicó en su portal: «Un ebanista ha tenido que trabajar la madera para que eliminar los restos de pintura», remacha.
El problema no solo preocupa a los que pasean por las calles del barrio todos los días, sino también a los que van de visita, o a sentarse en una de las muchas terrazas que pueblan Malasaña. Así, Iciar asevera que «no es agradable ver tantos grafitis», una opinión con la que concuerda Ana, una andaluza que visitaba el barrio y que explicó que «es normal que a la gente que viva aquí en el barrio le parezcan mal todos los grafitis». Y es que, como señala Jordi, «nos hemos acostumbrado a que el paisaje urbano de nuestras ciudades esté lleno de grafitis, pero no debería ser así».
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