Comunidad de Madrid

Un «monstruo» acecha bajo tierra

La Comunidad de Madrid cuenta con la mayor red de tanques de tormentas del mundo
La Comunidad de Madrid cuenta con la mayor red de tanques de tormentas del mundolarazon

Cada año se acumulan en los colectores y depuradoras de la red de saneamiento de la Comunidad un total de 25.000 toneladas de residuos sólidos. El Canal gasta más de dos millones para depurar el agua de las cloacas.

Cada dos o tres segundos un estruendo se hace con la oscuridad del espacio, rebotando en la humedad de las paredes de cada laberinto, recordando en cada eco que hay vida sobre nuestras cabezas. «¿Suena aterrador, verdad?», pregunta al aire Manuel Rodríguez; «son coches pasando sobre las tapas de las alcantarillas», explica el subdirector de Conservación de Infraestructuras del Canal de Isabel II. Huele a subsuelo, se oye el tintineo de las gotas de condensación cayendo sobre los ríos de aguas opacas y, en alguna parte, se siente la presencia de una fauna tan diminuta como turbadora. En cada esquina, en cada ruido, en cada grieta, la aparición de algún roedor despistado o de un enorme velo de insectos acecha alarmante. «De verdad, este colector es uno de los más amplios y limpios de toda la red de saneamiento de Madrid», asegura Rodríguez durante su guía por los subsuelos de la ciudad. Y, ciertamente, por allí no pasaron ratas ni cucarachas, porque, aunque no lo crean, «los monstruos de las alcantarillas» son otros de apariencia más inocente, presentes en cualquier hogar y, para quebradero de cabeza de quienes se ocupan del mantenimiento de nuestros sistemas de alcantarillado, reinantes en todas las cloacas: las toallitas.

Hace unos días conocíamos la noticia de que el Canal de Isabel II invertirá 133,8 millones de euros en el mantenimiento del alcantarillado de Madrid durante los próximos cuatro años. Estamos hablando de más de 5.000 kilómetros de red de tuberías en constante funcionamiento bajo nuestras calles, bajo nuestros pies; una pieza fundamental en el engranaje oculto que pone en marcha una ciudad viva, que late y respira, que bombea y transpira. Por ello –y por muy desapercibida que pase a los ojos de los que hacemos nuestro día a día en la superficie–, es fundamental la labor de los operarios que velan por que este mecanismo no sufra socavones ni roturas y, sobre todo, que trabajan para que nada lo atasque ni frene.

Sin embargo, en los últimos años esta última tarea se está complicando más y más, hasta convertirse en la peor pesadilla de los responsables de mantenimiento y, también, del medio ambiente. Y es que, según datos de la empresa encargada de gestionar el ciclo integral del agua en la región, se recogen anualmente unas 25.000 toneladas de residuos sólidos en las 157 depuradoras de la Comunidad de Madrid, lo que supone un gasto público aproximado de 2,2 millones de euros –a nivel nacional, la Asociación Española de Abastecimiento de Aguas y Saneamiento (AEAS) estima este gasto en 200 millones de euros–. A este respecto, el Canal de Isabel II no tiene dudas: las toallitas son el producto estrella dentro de estas gigantescas montañas de basura acumulada en los entresijos de nuestro subsuelo.

Pero, ¿por qué supone una amenaza un gesto tan sencillo y habitual como el de tirar una toallita por el inodoro? Dependiendo de su composición, una toallita podría tardar hasta seis siglos en descomponerse, pues, por mucho que se descomponga fácilmente, sus fibras no lo hacen: «Una toallita se deshilacha a las pocas horas de ser desechada, pero los pequeños hilos que la forman se acumulan en los recovecos de los colectores de agua residuales, enmarañándose y provocando importantes atascos en las depuradoras», explica Santiago Martín, portavoz de la organización Ecologistas en Acción. Estas marañas de fibras no dejan de crecer, causando graves consecuencias en la prestación del servicio del Canal de Isabel II: los restos de las toallitas atascan las bombas de las depuradoras hasta dejar fuera de servicio las instalaciones, así como reducen la eficiencia energética de los equipos al obligar a aumentar la potencia del sistema de bombeo de agua. Por si fuera poco y teniendo en cuenta que muchas veces la única manera de abordar el problema es de forma manual, los conocidos como «monstruos de las alcantarillas» representan un peligro para la seguridad y salud de quienes tienen que exponerse bajo acumulaciones de entre 150 y 300 kilos de residuos. Y cuando llueve, el problema gana una dimensión mucho mayor, pudiendo suponer un daña medioambiental insalvable, tal y como alertan a la sociedad los expertos: «En episodios de lluvias, el caudal de aguas residuales que circula por la red de saneamiento puede en ocasiones superar la capacidad de tratamiento de las estaciones depuradoras, y, por tanto, obligaría a verter las aguas sin depurar a los ríos», explican fuentes del Canal de Isabel II.

Pero, por suerte para los madrileños, gracias a un equipamiento de tanques de tormenta sin precedentes en otras ciudades y con las mayores instalaciones vistas en todo el mundo, el preciado río Manzanares se encuentra un poco más a salvo que el resto de ríos y costas del país. Y es que, la Comunidad de Madrid cuenta con un total de 63 tanques con capacidad para retener casi 1.500 litros de agua, de manera que cuando se producen episodios de lluvias torrenciales, estos grandes depósitos actúan como almacén del sobrante de agua que las depuradoras no tendrían capacidad para tratar, evitando así que lleguen a los cauces naturales otros que arrastran consigo metales atmosféricos, basura de las calles y, cómo no, todos aquellos sólidos que llegan hasta los colectores a través de nuestros desagües. «Este lugar ha servido como escenario para numerosas películas», nos cuenta entusiasmado Manuel Rodríguez alzando los brazos sobre la inmensidad del tanque de tormentas más grande del mundo: el de Arroyofresno, con una capacidad de 400.000 metros cúbicos, igualado sólo por el de Butarque, también en Madrid.

Y es allí, bajo las verdes dunas del Club de Campo, viendo como los amasijos de restos de nuestra rutina se agarran a cada rincón para apoderarse del espacio, donde uno se da cuenta de que, no, esconder lo barrido debajo de la alfombra nunca fue el mejor camino para mantener el suelo limpio.