Enrique Miguel Rodríguez
Nada es para siermpre
Los 45 años que ha cumplido el Príncipe de Asturias han servido para que todos los medios informativos dediquen grandes espacios a su persona y sobre su futuro, que algunos califican de incierto. Sale bien parado. Ni los más críticos le niegan su gran preparación, su experiencia, cientos de actos al año, trato con personalidades de todos los campos y de todo el mundo, su discreción y, sobre todo, las buenas ideas que tiene sobre los grandes problemas de España, aunque éstas, por cuestión constitucional, no lleguen a todos los ciudadanos. En cualquier monarquía, el papel de príncipe heredero es tarea tremendamente difícil, más cuando el monarca titular, que es su padre, disfruta de un largo reinado. Es estar un escalón más abajo del trono, de la gloria. Si se te ve demasiado, te acusarán de impaciente, de intrigante. Si la discreción es absoluta, te tacharán de bobo. Los herederos quedan instalados en una especie de limbo, no exento de tentaciones. Sin duda esta delicadísima situación la maneja exquisitamente Don Felipe. A pesar de que su figura pueda quedar algo desdibujada para el pueblo, éste capta su personalidad y en todas las encuestas tiene una valoración más alta que el mismísimo Rey, situación que creo muy positiva para el heredero y para la Corona de cara al futuro. Por cierto, recordar que la Reina Doña Sofía figura la primera en cuanto a popularidad y apoyo, y es que los ciudadanos saben ver a través de las espesas cortinas de los palacios y entienden lo doloroso que debe ser estar como reina perfecta, alegre y representando a la Corona, y no valorada como mujer. De todo lo escrito en el fin de semana, lo que más me ha sorprendido es la comparación de la princesa de Asturias, con Sissí la emperatriz de Austria. Se refería la publicación que se va notando en Doña Letizia el mismo hartazgo por la vida oficial y el mismo despego por la familia que mostró la desgraciada Sissí. Exageración notoria. La princesa ha hecho tres escapadas breves, una de ellas con sus hijas. Cosa normal en un matrimonio de clase media. La bella emperatriz llevaba una corte a su alrededor solamente para lavarle el pelo, melena hasta las rodillas, envidia de la mismísima Isabel Pantoja, dos mucamas. Barcos que recorrían las islas griegas, caballos... La Reina austro-húngara cabalgaba a diario, tenía especialistas británicos que le ayudaban mucho en estos menesteres y en otros más privados. Como verán, las comparaciones son casi siempre odiosas, en este caso más.
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