Coronavirus

El coronavirus del botellón

Los agentes multan por dos motivos: saltarse el estado de alarma y beber en la calle
Los agentes multan por dos motivos: saltarse el estado de alarma y beber en la callelarazon

El botellón ya se había hecho viral en las redes de parques, explanadas, plazas y descampados, por culpa de un estado de tolerancia, o de prohibición “consentida” por parte de todas las administraciones, si bien es verdad, que por unas más que por otras. Nunca se ha tomado del todo en serio esta práctica juvenil de los aquelarres de alcohol al aire libre. Cuando en tiempos de normalidad, se extiende entre un grupo de población eso de: “Tío, aquí no pasa nada”, no puede extrañarnos que en situaciones de excepcionalidad, en un estado de alarma, el personal se llame andanas y haga de su capa un sayo, o de su litrona, un instrumento para pasar varias horas al raso, empinando el codo hasta el coma etílico, si llega el caso.

La primera noche de la desescalada, la Policía disolvió 30 botellones en varios distritos de Madrid. Y no se debió a la estrecha vigilancia policial, centrada en detectar a los que se saltan horarios, distancias y normas de comportamiento en el estado de alarma, sino a las llamadas de vecinos y transeúntes que denunciaron la presencia de jóvenes, la mayoría de ellos, menores de edad, que daban rienda suelta al consumo de alcohol. Por no cumplir con las disposiciones dictadas en tiempo de confinamiento y por consumir alcohol en la vía pública, pueden ser sancionados con multas de 1.000 euros, que en el caso de los menores, tendrán que abonar sus padres o tutores.

De aquellos barros vienen estos lodos. Cuando un fenómeno como el del botellón no se vigila, persigue y castiga de forma radical, se instala un sentimiento de impunidad entre los jóvenes, que ni siquiera desaparece en momentos tan delicados como los que estamos viviendo. Y si no, que los pregunten a los vecinos de muchos barrios de Madrid, donde los fines de semana viven un auténtico infierno, una orgía de alcohol, que primero corre por las gargantas, y después, en forma de regueros de orines pestilentes y vomitonas por las calles, las aceras, los parques y los jardines.