Vecina de Malasaña

La declaración de amor a Madrid de Almudena Grandes, la sobrina nieta de Miss Chamberí 1932

La escritora era vecina de Malasaña y definió hace años a la capital como una “ciudad enamorada de la felicidad”

Pregón de Almudena Grandes en las fiestas de San Isidro de 2018
Pregón de Almudena Grandes en las fiestas de San Isidro de 2018Ayuntamiento de MadridAyuntamiento de Madrid

Frente al Mercado Barceló de Madrid vivía Almudena Grandes. Vecina de Malasaña. Y en ese punto exacto del corazón de la ciudad se celebraba en la década de los 30 del siglo pasado la verbena del Carmen. En la edición de 1932 de estas fiestas Camila Rodríguez, la tía abuela de la escritora fallecida este sábado, fue elegida Miss Chamberí. La anécdota viene a subrayar la condición de gata de la autora de “Las edades de Lulú”, “Te llamaré Viernes” o “El corazón helado” y su absoluta vinculación con la ciudad en la que nació en mayo de 1960. Incluso desde su nombre, Almudena, patrona de la ciudad. Porque sus raíces estaban aquí, en ese mismo Madrid del que deseaba huir de pequeña, cuando sus amigas ponían rumbo en verano a Andalucía o a Galicia.

Yo siempre me quedaba en Madrid, donde vivían todos mis tíos, todos mis primos, e iba a las fiestas familiares andando, porque la casa de mis abuelos paternos estaba en Fuencarral 92, a la vuelta de la esquina, y la de los maternos en la calle Lope de Vega, justo enfrente de la iglesia de las Trinitarias”, relató en el pregón de las fiestas de san Isidro de 2018 que tuvo el honor de leer. No tenía otro lugar de donde ser, con unos unos tatarabuelos que abrieron un café en la Red de San Luis y, tal como reconoció, sin haber pronunciado nunca una frase con los pronombres correctos, sin pararse jamás a vocalizar la última ‘d’ de los participios, sin detenerse a hablar despacio.

Aquí en Madrid aprendió todas esas lecciones que definen el espíritu de la capital. Aquello de “como fuera de casa, no se está en ninguna parte” y el “tú tranquila, que aquí no eres nadie y nunca lo serás”. Porque, además del agua del grifo, Almudena Grandes destacaba el “anonimato” que proporciona Madrid a sus vecinos como uno de sus regalos más preciados: “En esta villa plebeya, que se enorgullece de su condición tanto o más que otras de sus viejos y aristocráticos blasones, nadie es más que nadie. A los madrileños nos traen sin cuidado los orígenes, los apellidos y la distinción de nuestros conciudadanos. Esta bendita ciudad carece radicalmente de vocación de sociedad cerrada, dividida en estratos de familias viejas y advenedizas”.

En su celebrado pregón en tiempos de Manuela Carmena en Cibeles, Almudena Grandes definió al Madrid que ella amaba como ese “caos misteriosamente ordenado”, como “la Villa que se ha fundado a sí misma a espaldas de Palacio, y que no es distinguida, ni falta que le hace”, como la Villa de cielo azul con un patrón como Isidro, el santo, “capaz de convertir el descanso en fervor, la pereza en una hazaña de los laboriosos ángeles. No existe patrón más vago, ni más simpático, tampoco más digno de una ciudad como la nuestra, esta impecable síntesis del brillo y la cochambre”. Contó entonces que, a su juicio, “Madrid es una ciudad que se quiere poco, mucho menos de lo que debería”. Una urbe que repudia el narcisismo de otras capitales y en la que residen miles de vecinos que “se pasan la vida diciendo que esto es un asco y que se van a ir, aunque nunca se vayan” de aquí. “Todos los días alguien se burla del Manzanares porque no entiende nada. Que el verdadero río de Madrid es La Castellana. Que su virtud suprema es la velocidad. Que su patrimonio más valioso es su espíritu de resistente, la feroz determinación con la que se aferra a la vida hasta en los momentos peores, que los hemos tenido, y han sido muchos, y muy malos”, destacó entonces la escritora.