Tabernarios

El figón de Gilda y Los Centinelas

Esta insólita casa acoge a todos aquellos que paseen por Prosperidad. Entre sus alegrías, destacan el chorizo picantón y la cecina de la tierra

Taberna Gilda y Los Centinelas
Taberna Gilda y Los CentinelasEnrique CidonchaLa Razón

El mapa de Madrid está salpicado de tabernáculos insospechados que quizás solo sean posibles en esta capital gatuna. En la zona baja del barrio de Prosperidad, a la vera de Corazón de María, existe una insólita casa de acogida para los que andan dando gozosos tumbos por un barrio de clase media absolutamente tejida. Madrid, a diferencia de otras grandes ciudades cosmopolitas, tiene esa zumbona manera de conocerse unos y otros, de saludarse tan pronto con el frutero, o con el economista jubilado que afina la pluma y saberes para compartir libros con el vecindario. Y en un pequeño lugar se encuentra el auténtico epicentro de la zona llamado Gilda, en homenaje a la madre del propietario, y Los centinelas, como gusta considerarse a aquél.

Ya existió un antecedente en la zona de Quevedo donde Roberto, de procedencia leonesa, vino a despachar al foro los productos de la tierra. Al fin y al cabo, este alma mestiza de las Españas que todos los que pasean por la ciudad poseemos, se expresa en esta híbrida tabernita de feota traza pero calentísima vida. Hoy por mucho Netflix que se ponga, la soledad y los ánimos se curan en lugares como Gilda. El oficiante de la barra, porque esto es un lugar barrista por antonomasia, tiene una pincelada de afabilidad hospitalaria para cada parroquiano que cruza el umbral.

Tiene nostalgia Roberto de las tabernas de su tierra donde hay mucho vino para el solaz del personal. Y no solo las tres manidas erres del vino nacional. Todavía el cañí sigue con demasiada devoción a la caña de cerveza y aquí es ley. Entre vaso y vaso, en este reducido tabanco se dan auténticas alegrías culinarias de recoleta dimensión. Es el caso del caldito reconfortante con el que se inicia la gloriosa penitencia del bar, una tortilla casera hecha cuando le apetece al tabernero, la cecina de la tierra de muy buen corte, o el chorizo picantón como mandan los cánones leoneses. También es obligada la ensaladilla rusa donde no hay un encurtido que enmascare el bocado.

A esta palestra se acude a charlar, a compartir el rato, o directamente a «larga», como algún catedrático del cotilleo de cuyo nombre no me acuerdo, pero que ha sentado magisterio chafardero. Y, sorpresas te da la vida, la otra mitad del espectáculo que es la cubana de pura raza y del interior de la isla como Yamila, deja su impronta con una ropa vieja que nos hace añorar el Caribe. O unos personales tamales, sobresaliendo el genuino sandwich de su país. La combinación de la carne de cerdo asada, el jamón York, queso, pepinillo y mostaza es un desafío no solo a las médicas, sino a la nadería con la que se elaboran muchos bocadillos de nula memoria en algunos bares.

Verdadero confesionario de felicidad, en su largo lustro de vida, Gilda y Los centinelas debe estar en la guía sentimental barista de Madrid. En especial para los que no necesitan ni GPS ni el tam-tam de la redes sociales. Puro sabor de vida y de confidencia canalla. O cuando la clase media en Madrid tiene auténtico caché.

La ensaladilla rusa de Gilda
La ensaladilla rusa de GildaEnrique Cidonchacidoncha

Para no perderse

La ensaladilla rusa de este garito de parroquianos tiene los ingredientes clásicos de la patata, zanahoria, mahonesa, guisantes, cebolla y un secreto toquecito de cebolla dulce que le da personalidad. Sin encurtidos, y por derecho, y con alegría propia de Roberto y Yamila.