Medio Ambiente

Alerta por plaga en Madrid: el regreso voraz de la oruga procesionaria

Los agentes forestales advierten de que la especie ha vuelto con virulencia: ha detectado que este va a ser un año cálido y seco, proclive a su proliferación. Se recopilarán datos para saber si estamos ante una plaga

Son en torno a las doce de la mañana en el Puerto de la Morcuera, en la Sierra de Guadarrama, entre las localidades de Miraflores y Rascafría. Es entresemana y, por tanto, hay poca afluencia. Sin embargo, se trata de un espejismo: los sábados y domingos hay codazos para pasear por esta ruta situada a casi 1.800 metros sobre el nivel del mar. Con todo, el clima seco y soleado no es un reclamo exclusivo para los bípedos. Basta con levantar ligeramente la vista para notar algunos cambios en el paisaje. Muchos pinos se encuentran defoliados, prácticamente libres de cualquier atisbo de brote verde. Entre esas ramas secas, se pueden encontrar varios bolsones de seda. En ellos anida otra especie que también está deseosa de que asome el buen tiempo, en su caso, para sobrevivir.

Hablamos de la oruga procesionaria. Una especie propia de la Europa del sur y que en España es una vieja conocida, ya que es la principal causante de la defoliación de los pinares, cuyas acículas les sirven de sustento. Con todo, habría que matizar lo de «españoles». Precisamente, son las especies autóctonas las menos vulnerables; por contra, el Pinus Ponderosa, propio del oeste de Estados Unidos, y utilizado para la reforestación hace décadas, sucumbe con mayor facilidad. «Es una especie que no es la que corresponde a esta altitud. Se trata de una especie foránea que no es propia de la Península Ibérica. Al no estar en su zona, es más delicada. Y la procesionaria, como todas las plagas, ataca a los pies más débiles. En algunos casos hemos visto pinos que se han quedado sin ninguna acícula viva. Están condenados a morir», explica a LA RAZÓN Iván Rodríguez, agente forestal y jefe de Comarca en Rascafría. Precisamente, durante estos días, los forestales recogen datos en colaboración con la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid: el objetivo, conocer si puede producirse una plaga este año.

¿Y la hay? Es pronto para saberlo. Los forestales señalan que este año se está observando un ataque de «mayor virulencia» con respecto a temporadas anteriores. Resulta interesante la capacidad de predicción que tienen estas orugas con respecto al tiempo meteorológico: saben que está siendo un año cálido y seco, y por tanto, óptimo para su salida.

Procesión de orugas en Rascafría, en busca de una zona cálida donde poder enterrarse
Procesión de orugas en Rascafría, en busca de una zona cálida donde poder enterrarseGonzalo Pérez MataLa Razón

Quien pasee estos días por esta zona de Madrid podrá ser testigo del ciclo biológico de estas orugas. Sobre todo en aquellos árboles que yacen consumidos. En sus troncos, son visibles los hilos de seda por los que descienden en perfecto orden las orugas, una vez que nacen, con destino al suelo. Al tocar tierra, podemos observar cómo marchan, haciendo honor a su nombre, en armónica procesión. Una hembra encabeza una hilera que supera ampliamente el metro de longitud, en busca de una zona cálida, bajo tierra, donde creen que pueden pasar con seguridad a la fase de crisálida y, de ahí, a su última etapa larvaria: el imago o mariposa. Durante ese camino, toda precaución es poca: se cuidan muy mucho de ocultar sus cabezas bajo el cuerpo de las que les preceden. ¿El objetivo? Evitar el ataque de aves carnívoras, ya que sus cabezas es la única parte de su cuerpo no urticante. Esto forma parte del equilibrio natural: las aves impiden que la oruga prolifere en exceso. Y lo cierto es que, como señala Rodríguez, «en las últimas décadas se nota un descenso preocupante de las pequeñas aves forestales en general». Dicho de otro modo: la procesionaria no cuenta con «enemigos» que impidan su ciclo vital.

El término «urticante» denota uno de los mayores problemas que puede ocasionar una plaga desaforada de procesionarias. En la actual fase, las orugas, a modo de escudo, liberan al aire una serie de pelos que, «en el mejor de los casos, pueden producir reacciones como picores y escozor, y en el peor de los casos, reacciones alérgicas». No es necesario tocarlas para que se desencadene ese proceso defensivo: basta con que sientan que a su alrededor hay una amenaza. Y en ese sentido, no suponen una preocupación tanto para los seres humanos como para las mascotas. Los niños pequeños, por su curiosidad innata, pueden acercarse demasiado a ellas o incluso tocarlas, de forma que sufran algún sarpullido. Sin embargo, con las mascotas, puede haber perros que las chupen o se las coman, lo que podría «ocasionarles una inflamación de las vías respiratorias y llegar a producirles la muerte. En caso de que tengan contacto con ellas, hay que llevarlos urgentemente al veterinario»», afirma el forestal.

De hecho, es en las grandes ciudades donde hay que estar especialmente alerta. Como apunta Fernández, en las urbes, «por motivos ornamentales, se plantan cedros, abetos o incluso algún pino que están fuera de su hábitat. La zona donde mejor lleva a cabo un pino silvestre su ciclo vital es en cotas de 1.400, 1.600, 1.800 metros... Si se planta en Madrid, a 600 metros, va a estar fuera de su episodio climático y será débil frente a los ataques de la procesionaria». Con todo, el forestal indica que, en el caso de que se produzca una plaga, en una ciudad «siempre es más fácil controlarla: no estamos ante una masa de millones de árboles; son pequeños parques donde el manejo de la plaga siempre es más accesible».

¿Qué soluciones se tomarían en caso de que el control natural de la procesionaria no fuera suficiente? Como recuerdan los forestales, esa es una competencia de la Consejería de Medio Ambiente. Aunque la proliferación pueda parecer a simple vista escandalosa, la evaluación posterior podría indicar que el único daño es el sufrido por especies arbóreas foráneas. Desde 2012, los productos fitosanitarios como los pesticidas quedaron restringidos. No solo no eran específicos contra la plaga de orugas; a su vez, podían afectar a otras especies protegidas o incluso a otros insectos, como las cigarras, que atacan a las propias procesionarias y acaban controlando su población. Actualmente, en caso de que la plaga vaya a más se recurre a otro tipo de intervenciones, como las trampas de feromonas: como su propio nombre indica, se trata de señuelos con los que se atrae a los ejemplares adultos (polillas) mientras vuelan, impidiendo así que se trasladen a las ramas de los árboles y evitando que se reproduzcan con hembras. Así, será la naturaleza, de un modo u otro, la que acabe dictando sentencia.

Más de 60.000 hectáreas vigiladas

Cada año, y más concretamente cada primavera, el Gobierno regional, con la colaboración de los Agentes Forestales, valoran la presencia de procesionaria en las masas de pinar de la Comunidad de Madrid. Así, se visitan un total de 528 rodales que comprenden una superficie total de 64.785 hectáreas. Para determinar el grado de infestación de cada rodal, se lleva a cabo una escala que considera tanto la abundancia y distribución de los bolsones como los daños observados. De esta forma se determinan hasta seis grados de infestación que van del 0 (ausencia de colonias o muy diseminadas) hasta el 5 (defoliaciones totales por toda la masa).