Opinión
Madrid contra los incendios (I)
Ya en 1561 se mandó la construcción de herramientas para el remedio del reparo del fuego, algo imposible si no había beneficios en la venta de leña
Cuando se sale de Madrid, bien por la carretera de La Coruña, bien por la de Burgos, esto es, atravesando el Bosque de El Pardo, el paisaje que se ve es de fantasía. Un inmenso encinar y en general un bosque de Quercus, del que no tenemos noticia que haya ardido nunca. La Naturaleza ha sido misericordiosa. La Naturaleza y los cuidados del hombre: desde tiempos de Felipe II, por lo menos, existían «guardas del Monte del Pardo», así como ordenanzas para su explotación y sobre todo preservación.
El otro milagro es el de que Madrid no haya ardido por los cuatro costados, como le ha ocurrido a otras ciudades de Europa. Máxime si tenemos en cuenta que es una ciudad sin río y que, por ello, la expansión de un fuego sería pan comido. Salvo la destrucción del antiguo Alcázar, sobre cuyo solar se eleva el monumental Palacio Real, o la destrucción de la Puerta de Guadalajara, poco más se sabe sobre incendios en la Villa con Corte.
La verdad es que es incomprensible que Madrid no haya ardido. Incomprensible, sobre todo si se atiende a la relación entre decisiones municipales e incendios, sin olvidarnos que las casas eran de escasa calidad y con mucho maderamen y cañizo. Maderamen procedente, sobre todo, de la Sierra de Guadarrama, de los pinares de Valsaín, a los que tanto debe la Villa de Madrid.
Como en ocasiones anteriores, voy a ofrecerte, lector tranquilo, las más alusiones que he encontrado en las Actas del Ayuntamiento de Madrid desde 1561 hasta 1598. Madrid tuvo entonces entre unos 7.000 habitantes hasta unos 90.000, todo ello aproximativamente. En Madrid se vivía, se iba viviendo día a día, antes de la llegada de la Corte en la primavera de 1561. Precisamente entonces, y con fecha de 11 de abril se ordenó que se arreglaran las casas en las que vivía un tal «Criales» porque eran de la Villa y habían sufrido daños «la noche del fuego de la casa de Marbán». Es del único incendio que tengo noticia, de por aquel entonces, precisamente porque como afectara a una casa propiedad del Ayuntamiento, se registró su reparación en esas actas municipales.
Pero no fue el único incendio, como queda explícitamente mencionado el 20 de agosto. En aquel día, en medio de la canícula del estío, el señor corregidor dijo que «ya sus mercedes saben los fuegos que acaecen a esta villa y que de no haber aparejo para atajarlo acaecen grandes desastres», por lo que pedía a los regidores que expresaran sus opiniones sobre el asunto. Y añadía, mostrando la dependencia económica y técnica de Madrid, que se trajeran de Toledo «y otras partes […] aguatochos y otros instrumentos y garfios para atajar los fuegos, pues en todas las ciudades y villas de todo el reino de buen gobierno lo hay»- La comparación con las otras villas y ciudades del entorno, me recuerda mucho a la manida y cargante frase de que tenemos que hacer tal o cual cosa, pues así se hace en los demás de países de nuestro entorno europeo. El caso es que el Corregidor, en una frase, explicaba qué momento histórico vivía Madrid: «es justo que estando Su Majestad y su Corte en esta villa lo haya, pues se gasta en otras cosas de menos provecho». Es decir que el rey y su Corte «estaban» en Madrid; esto es, que Madrid no era la «capital», sino la provisional sede del rey y su Corte; por otro lado, que más valía gastar en combatir el fuego «que en otras cosas de menos provecho». ¡Ay, qué pereza, siempre igual!
El caso es que no parece que se decidiera mucho. Porque hasta finales de año no se volvió a hablar de fuegos en el Ayuntamiento. Efectivamente, el 17 de diciembre el Ayuntamiento cometió a Diego de Vargas (de los Vargas de toda la vida) «para que haga las ordenanzas de los exámenes de albañilería y carpintería y yesería y tapiadores, y para los remedios de los fuegos y reparo de ellos, cuando en las casas acaecen y para los herreros y cerrajeros y chapuceros y caldereros». Aún más, el Ayuntamiento esperaba que tanto las ordenanzas «como las obras que hicieren de aquí adelante sean perfectas y bien hechas»… incluso, añado con cierta sorna, hasta las de los chapuceros.
En cualquier caso, era tal la esperanza que se tenía en que las ordenanzas y las obras en el Madrid-en-construcción se hicieran bien a partir de entonces, que se ordenó que «se recopile, todas juntas se confirmen y se impriman». Madrid, a principios de 1562 tendría una recopilación de todas sus ordenanzas y además, impresas para que nadie pudiera decir que no las conocía. Pero, ¿se llegaron a hacer e imprimir?
En cualquier caso, aquel mismo día de diciembre de 1561 los regidores mandaron «que se hagan las herramientas contenidas en las ordenanzas para el remedio del reparo del fuego, que son herradas de clavo y jeringas y hachas de pico y martillo y garabatos y escaleras». El coste de ese aparejo se cargaría sobre el «dinero de la leña». Es decir: entonces, ni la contabilidad real, ni la municipal se llevaban sobre presupuestos cerrados, sino que cada gasto se cargaba sobre una renta diferente. Los costes del fuego, claro, se cargaban contra los beneficios de la venta de la leña. Si no había beneficios de la venta de la leña, no habría materiales contraincendios, o habría que mudar el cargo. Esto de la ingeniería dineril es tan viejo como la vida misma; mejor dicho, desde que existe el dinero.
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