Historia
De lo que pensaba un anónimo sobre la inflación en tiempos de Felipe II
A raíz del crack del 29 y desde Estados Unidos, hubo economistas que se preguntaron cuáles habían sido las causas de tal desastre. A algunos se les ocurrió la feliz idea de comparar modelos económicos antiguos, con los que estaban viviendo.
En la provincia de Madrid existen, por razones obvias, unos depósitos documentales de excepcional importancia. La historia de los archivos civiles públicos o privados, del Estado, y los de la Iglesia es tan fascinante como importante ha sido a lo largo de la Historia el que se hayan mantenido, custodiado y preservado, allá en donde quiera que nacieran y se nutrieran. Lógicamente, estos principios afortunadamente se han alterado en lo que hace a los archivos municipales y a los parroquiales, por cuanto sus organismos de pertenencia no han podido hacerse cargo, por cuestiones presupuestarias, de la custodia, conservación, catalogación y puesta en uso para los ciudadanos de todo su fondo documental. Por ello, los fondos de muchos ayuntamientos están en el archivo de la Comunidad de Madrid y los de muchas parroquias están en el Diocesano.
Pero de lo que me iba a ocupar ahora es de tan solo un documento que está en El Escorial. La Real Biblioteca de El Escorial pertenece a Patrimonio Nacional. Lo que allí se conserva, manuscrito o impreso, es en verdad apabullante. Gran parte de los libros y de los manuscritos fueron adquiridos en tiempos de Felipe II (y no sólo) que de vez en cuando mandaba a sus bibliófilos a buscar por media Europa papeles de interés para el saber de los hombres sabios que, precisamente, acudían allá a leer, debatir o escuchar, como nos consta por muchos textos, de los que ahora me vienen a la cabeza los autobiográficos del cronista real Esteban de Garibay y Zamalloa, que persiguió con ahínco ser nombrado cronista del rey, él, que había nacido en Mondragón y que tan orgulloso se sentía de sus orígenes y de servir al rey de España… (me han cambiado el cuento).
El caso es que los manuscritos que se conservan hoy en El Escorial, en vez de estar en el Archivo de Simancas (Valladolid), están en la Biblioteca de San Lorenzo porque fueron -en cierto modo y simplificando- allá enviados por algún humanista, por algún secretario real. Esos manuscritos tenían un halo más «cortesano» por decirlo de algún modo, que lo que se remitía a Simancas, que podríamos considerarlo como más «administrativo».
Un buen catálogo de los manuscritos españoles lo publicó en dos volúmenes en 1917 y en 1925 el padre Manuel Fraile Miguélez. Él es el que deja claro que el secretario Juan López de Velasco, un monstruo de las letras del siglo XVI, fusión perfecta entre el secretario real y el humanista al servicio del rey, él fue, digo, Juan López de Velasco, el que preparó este volumen facticio de papeles varios, casi todos de hacienda y fiscalidad.
En medio de ese L-I-12 hay un manuscrito de tan solo tres páginas (cuyas fotocopias positivé hace décadas desde un microfilm, cuando los historiadores investigábamos de otra manera a como se va haciendo hoy en día) que no es otra cosa sino un excelente arbitrio sobre la inflación. Los arbitrios eran esos miles de escritos elevados al rey en los que un particular exponía un mal y cuál su remedio. Es otro tema que da para más de lo que puedo escribir aquí y ya lo he tratado en este mismo periódico con anterioridad.
Mi antiguo microfilm hecho fotocopias me lo he reencontrado este verano poniendo orden en los papeles de juventud. Lo subrayé hace ya la friolera de…, varias décadas. Los historiadores solemos mover y remover antiquísimas fotocopias, de vez en vez, a lo largo de la vida.
El interés por este documento y otros similares, procedía del que tenía cuando hacía la Tesis Doctoral sobre cuestiones de Historia Económica. A raíz del crack del 29 y desde Estados Unidos, sobre todo, hubo economistas que se preguntaron cuáles habían sido las causas de tal desastre. A algunos se les ocurrió la feliz idea de comparar modelos económicos antiguos, con los que estaban viviendo. A España acudió a investigar decenas de archivos -sobre todo de hospitales, que eran en los que se anotaba el precio de los bienes que se compraban- un tal Earl J. Hamilton que lanzó una sorprendente monografía, aún clásica sobre «El tesoro americano y la ‘revolución de los precios’ en España», en donde mostraba con datos fehacientes que a más plata en circulación, más inflación, o «revolución de los precios».
Lo mismo que hizo Hamilton en España vino a ser lo que hizo Posthumus en Holanda. Quedó científicamente demostrado que para sujetar la inflación era preciso recortar la masa monetaria, o lo que es lo mismo, subir los intereses de los préstamos para que circulara menos dinero. Entre otras decisiones. Es de «primero de carrera»; proponer otra cosa es o ignorancia o demagogia. A periodos de alta inflación, siguen malos tiempos…; muy malos tiempos.
A los estudios de Hamilton -precedidos por los de Carrera Puyal, Colmeiro…- siguieron los inmensos de Larraz, Carande, Ulloa, Domínguez Ortiz y así sucesivamente. No puedo ser más exhaustivo desde estas páginas. Tan solo añadiré que, precisamente Miguélez negaba la llegada de «inmensas» cantidades de plata a Castilla en su introducción al catálogo antes citado.
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