Denuncia vecinal
Drogas, sexo e inseguridad en las calles de Lavapiés
Los vecinos de la calle Sombrerete denuncian la situación que viven desde hace unos meses
Es una tarde normal en Lavapiés. Los vecinos salen y entran de edificios cuyos locales se han llenado de tiendas de lo más variopintas y restaurantes que concentran la tradición de lugares lejanos. Los turistas que llegan al barrio se abren camino arrastrando sus maletas entre las terrazas, buscando el piso que han alquilado para pasar unos días en la capital. Abigail, Raquel, Carmen y Juanita, vecinas de los portales 24 y 26 de la calle Sombrerete, atraviesan la plaza de Arturo Barea, preocupada por la situación que viven desde finales de julio: en un barrio en pleno auge no para de aumentar un problema de drogadicción que convierte las calles en un territorio completamente insalubre. Reconocen que no es algo nuevo, sobre todo Carmen y Juanita, que llevan 50 años viviendo aquí. “En este barrio siempre se han visto personas que trapichean y se drogan, pero desde finales de julio es insoportable lo que estamos viviendo”, dicen.
“Esta misma mañana han intentado robar una caja de cervezas mientras descargaban la mercancía de uno de los bares que hay en la plaza”, explica Abigail a LA RAZÓN. “Además, uno de ellos se ha subido al andamio de las obras que hay en uno de los edificios, y en ese estado de drogas y alcohol es realmente peligroso”, señala. De día, estas personas se drogan y “trapichean” en la misma puerta del edificio donde viven estas vecinas. “Se pasan ahí todo el día y hacen sus necesidades”, dicen. Pero de noche es todavía peor. “Anoche se juntaron muchos, y el problema es que se pelean entre ellos”, apunta Raquel. “Eso genera mucha inseguridad, porque sales del portal y estás en medio”. Abigail, que vive en el ático desde el pasado mes de abril, lo confirma: “esta noche pasada ha sido tremenda. Lo que suele pasar por las noches es que los drogadictos que llegan se pelean entre ellos a gritos. Es imposible dormir, porque además en la plaza hay mucho eco. Cuando no se ponen a gritar, están tocando los bongos”.
Abigail sale muy temprano a trabajar cada mañana. “He tenido que llamar a la Policía Nacional porque había un chico en la plaza con una borrachera increíble, muy mal. Iba dándose golpes a sí mismo. Ha venido la Policía y se lo ha llevado, sobre todo también porque ese muchacho necesitaba asistencia, ir a un hospital, porque estaba realmente mal”, explica. Pero no es la primera vez que se encuentran a una de estas personas en una situación así. Ellas, de hecho, diferencian muy bien entre los camellos y aquellos que están drogándose y viviendo en la calle en unas condiciones terribles. “En julio hubo un día en el que encontramos a un chico tirado en el suelo completamente inerte”, recuerda Abigail. “Estaba esquelético. No sabíamos ni siquiera si estaba vivo, así que llamamos para que vinieran a ayudarle”, añade.
¿Con qué se drogan? Estas vecinas están convencidas de que, además de cocaína y heroína, debe haber “una droga nueva, muy fuerte, que traen en la boca”. “Les vuelve locos”, dice Carmen. Ella misma, según hablamos, reconoce a tres chicos que pasan. Ya les ponen cara. “Nos llama la atención especialmente que hay dos chicas fijas”, señala Raquel. “Una de ellas se prostituye a cambio de drogas, en medio de la plaza. Lo hemos visto mil veces. Está drogadísima todo el día, se pasea por el barrio que es prácticamente un zombie”, continúa. “Encima es que luego la agreden, ya hemos visto más de una vez que le pegan una paliza y nadie hace nada”, apunta Abigail. “Es una desgracia muy grande. Lleva mucho tiempo viviendo en la calle”, afirma.
Lo que ven cada día y la inseguridad que viven ha llegado a tal punto que los que tienen nietos no quieren que vengan a visitarles. Juanita hace meses que ya no trae a los nietos a su casa, porque no quieren que vean el panorama. “Mi pareja vino con sus hijos el otro día”, relata Abigail. “El más pequeño tiene diez años y le preguntó a su padre qué hacía aquel hombre. Estaba drogándose con una jeringuilla, pinchándose. ¿Por qué tiene que ver eso un niño?”, se pregunta. “Están en la puerta de oenegés, una guardería, el centro de integración del menor... el panorama que tienen es fantástico”, apunta Raquel.
El problema, para estas vecinas, además de que todas las soluciones que parecen haber dado hasta ahora son “tiritas”, es, sobre todo, “el trapicheo, que esconden la droga por todos lados. Debajo de las alcantarillas, debajo del suelo acolchado del rocódromo de la plaza, etc.”. “La Policía lo único que puede hacer, la mayoría de las veces, es identificarles”, añaden. “Yo el otro día vi como un policía vino, levantó el colchón donde se echan y debajo había muchísima droga. Se tumban encima porque saben que se consideran enseres personales y no se los pueden tocar”, explica Carmen. La pasada semana, el desalojo del edificio okupado La Quimera, que había ocasionado constantes quejas de los vecinos de la plaza Nelson Mandela y de la calle del Amparo por compraventa de drogas e inseguridad, acabó con un total de 13 detenidos. En él había, al menos, dos mujeres y un menor. “Realmente el problema no era de las familias que vivían allí”, señala Raquel. “Esas personas no son las que causan problemas, los problemas los causan los drogadictos y narcotraficantes que estaban en el edificio. Y, ahora, ¿dónde se han ido? Pues a otros sitios del barrio, como a esta plaza”, apostilla.
“A lo largo de los años se han ido desmantelando narcopisos de otros barrios de Madrid, pero cada vez hay más aquí”, continúa Raquel. “La Corrala, por ejemplo, tenía un pequeño asentamiento, y como les han echado para rehacerlo, se han venido aquí”, apunta. “El Ayuntamiento le ha dicho a otra vecina que tiene mucho interés en revivir el barrio, que por eso se están haciendo los edificios etc.”, reconoce Abigail. “Pero claro, si esto sigue así, ¿de qué sirve?”. “Además, hemos visto los planos de La Corrala y van a poner árboles”, afirma. “Es precioso el proyecto, pero realmente sabemos que esos árboles van a acabar siendo un baño público. Como no lo controlen se les va a ir otro asentamiento para allá”, asegura. De hecho, estas vecinas no pueden evitar tener la sensación de que se quiere revalorizar el barrio con infraestructuras, comercio, cultura… Pero la gente que está en calle parece que está un poco olvidada. “El edificio de las escuelas Pías, que además tiene la biblioteca de la UNED, acaban de anunciar que lo han declarado Bien de Interés Cultural. El mercado de San Fernando tiene restaurantes japoneses, mexicanos… y en invierno, en la placita interior, hay clases de twist, de tango…”, relata. “Todo el barrio tiene restaurantes nuevos, viene mucho turismo, pero cuando ves a la gente peleándose a las 7 de la mañana, a los vecinos nos da miedo. Y da miedo también venir por la noche. Mi hijo que tiene 19 años, cuando llega el fin de semana sale y llega a las 4 de la mañana, a mí me da pánico”, asegura Abigail.
En la parte baja del edificio donde residen hay un local que, ahora mismo es una mezquita y, para que los fieles puedan entrar cuando es el rezo, el portal se queda abierto. “El problema es que según se queda la puerta abierta, entran. Ahora un poco menos, pero lo que nos da miedo es cuando llegue el invierno, con el frío y la lluvia”, dice Abigail. Mientras, siguen pasando los días en la misma situación. “Realmente los fines de semana son algo más tranquilos porque, al llenarse las terrazas, vienen menos”, aseguran las vecinas. Pero distintos son los lunes por la mañana. “Como no abren los bares temprano a mí me da miedo pasar, porque estoy prácticamente sola por la calle”, dice Abigail.
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