Historia
Tasas en carne viva en el Siglo de Oro (y III)
No eran tontos: al estar los precios tasados, podría alterarse la calidad de los bienes. Entonces se prohibió su manipulación
Para paliar la insuficiencia de productos en el mercado durante el Siglo de Oro se autorizaría la entrada de productos de los otros reinos de la Monarquía y de sus amigos. Como había mucha gente ociosa y faltaba gente que sirviera en la labranza y crianza y en las fábricas y labores del Reino, «de que resulta menoscabo en la población, crecimientos en los salarios y jornales y consecuentemente en las mercaderías», se mandaba que se cumplieran las leyes contra los vagabundos. ¡Ay, si aquí se trabajara más en colocar a los millones de parados!
Debido a la gran cantidad de aguas caídas e inundaciones habidas en los años pasados (¡se hacían eco de cambios en el tiempo, hoc est, cambios climáticos en tiempos que no había petróleo!) había muerto mucho ganado mayor y menor, por lo que se prohibía la exportación de cueros y pieles, artículos de excepcional importancia entonces; casi de lujo hoy porque se usan plásticos (los odiosos plásticos que hay que prohibir y volver a los cueros –¡pero vienen del sacrificio de los animales–; mejor usar recipientes de barro y para viajar, que la gente –incluso los jóvenes ecolólogos viajan como si no hubiera un mañana sin preocuparles del todo la huella de CO2 del avioncito– digo que las maletas, baúles, pero de bosque sostenibles, o sea, que se sostengan unos con otros).
Asimismo, como se sacrificaban muchos cabritos y no llegaban a adultos, que eran el alimento de los trabajadores y gentes del campo, y los carneros que se ponían a la venta lo hacían a precios disparatados, quedaba prohibido el sacrificio de cabritos mientras esa fuese la voluntad real. De la prohibición se excluían los meses de noviembre hasta Cuaresma.
Y como todo lo anterior es posible que no fuera suficiente para frenar la carestía de los precios, se habían estudiado los de las mercadurías y se les ponía freno, tasa, teniendo como referencia lo que valían las cosas «al tiempo que empezaron a crecer» los susodichos precios. En todos los ayuntamientos se guardaría un ejemplar de la copiosa relación de productos tasados que se mandaría impresa y si faltara algo, que lo comunicara el Ayuntamiento afectado a la Cámara de Castilla. Se impusieron penas, ¡cómo no! A quienes no cumplieran con la tasa de todos esos productos: la primera vez, perdiendo lo que vendieren fuera de la tasa más 30.000 maravedíes de multa y destierro de dos años del lugar en el que vendieren a cinco leguas de distancia; la segunda vez, se duplicarían las penas y la tercera vez, perderían la mitad de sus bienes y les echarían cuatro años a galeras. Si el que excediera la tasa fuera un tendero, 4.000 maravedíes, más diez días de cárcel la primera vez y si no pagaran la multa en 48 horas, destierro de seis meses; la segunda vez, penas dobladas y la tercera vez, vergüenza pública, 20.000 maravedíes y cuatro años de destierro a 10 leguas. Similares, aunque más leves eran las penas a los jornaleros.
No eran tontos: comoquiera que al estar los precios tasados, podrían alterarse la calidad de los bienes producidos, se prohibía que se manipulara la bondad, peso o ley y medidas de los productos tal y como hasta el día de la fecha se hubieran fabricado.
Se prohibía que los mercaderes que al presente vendían en tiendas públicas se retiraran de sus negocios so pena de la pérdida de sus mercancías, la mitad de sus bienes y cuatro años de destierro del lugar en el que tuvieran la tienda y 10 leguas alrededor. ¡No podían quebrar, ni cambiar de negocio!
Igualmente se prohibía la venta en secreto de mercadurías, con penas también especificadas.
Se prohibía que el vendedor exigiera el pago en moneda de oro o plata: se abonarían las compras en «la moneda corriente que escogieren». En fin: la Justicia sería ágil e implacable. Bastarían tres testigos denunciantes y sus declaraciones valdrían como «por plena probanza» y además, quedarían exentos de sus privilegios cualquier persona que los pudiera esgrimir para no ser perseguido, etc., etc.
La “tasa general de los precios» ocupa 34 páginas a dos columnas. Empieza por las «lanas al por mayor» y siguen «carnes», «paños de Segovia» (14 entradas); «paños de Ávila» (10 entradas); los de Cuenca, Rioja, Soria, Alburquerque Baeza, Villacastín, Piedrahita y Villafranca, Parrilla, Palencia, Toledo y otras partes, sedas de Toledo (78 entradas), sedas de Valencia (regía la tasa para Valencia, 38 entradas); sedas de Italia (16 entradas), sedas de Murcia, Córdoba, Sevilla; lienzos, pellejería, guadamacilería, joyería (varias páginas); guarnicionería (otras cinco páginas); cabestreros; espartería; material para obras; hierro y cobre; vidriados de Venecia, de Barcelona, de Cuenca, vidriado contrahecho de la China; de la Puente [del Arzobispo]…, y jornales («cada peón de albañilería cada día tres reales…»); tundidores, pastores, hechuras para los sastres; hechuras de cordonero; hechuras de gorras…
Aun a pesar de tanto trabajo, tan minucioso y tantas penas, al final sólo se tasaron los precios de unos 1.200 productos, casi todos procedentes de animales.
Ni que decir tiene que no se pudo frenar la inflación. Entre otras cosas porque la guerra comercial estaba desatada desde el Norte…, y desde 1635 se desataría la otra –a cañonazos– con Francia y en 1640, otra con Cataluña y otra con Portugal…
Esta es una de las cosas más simpáticas de la economía: todas las previsiones las puede destrozar un político iluminado con una guerra. Y entonces, tantos estudios y tantas cosas, ¿para qué?
Naturalmente, la globalización requería de otras medidas para acabar con la inflación. Tal vez con la aplicación de más y moderna tecnología a los procesos productivos y menos regulaciones. Pero no había llegado aún la revolución industrial y se producía, grosso modo como se hacían las cosas durante toda la vida (frase de salvaguarda de los medrosos). Claro que, la revolución industrial y el cambio de las energías limpias (fuerza, agua y viento) por otras fósiles parece ser que ha tenido unos resultados brillantísimos en la Historia de la Humanidad: ahora, alargada la esperanza de vida, seremos legiones de jubilados famélicos y enfermos.
Y ante la que se avecina, con un Estado quebrado por la inmensa cantidad de paniaguados que hay, y la carencia de energías, con unas subidas de precios descomunales, y un gasto público infernal, y un endeudamiento que no se lo salta un torero, hay quienes menosprecian los préstamos de Carlos V y los hay que no viven en las zozobras de aquellos individuos del Siglo de Oro.
¿Y es que no se les ocurre otra cosa, o es que como se puede perder el poder en cuatro años, hay que pensar cuatrianualmente y a los ciudadanos que les den dos duros, que yo me he asegurado un buen retiro?
Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de investigación del CSIC
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