Madrid
Estebanía de Valdaracete: una curiosa historia de sexo fluido en 1520 (I)
A Felipe II le convencieron de lo útil que sería hacer una Historia de España –permítaseme decirlo así– «desde abajo». Se trataba de enviar cuestionarios a vecinos de los lugares, para recogerlos y escribir
Andaba entrada la década de 1570 cuando a Felipe II algunos de sus humanistas de Alcalá o de El Escorial, con Ambrosio de Morales al frente, y su secretario real, Juan López de Velasco, le convencieron de lo útil que sería hacer una Historia de España –permítaseme decirlo así– «desde abajo». Es decir, una historia escrita desde cada pueblo, localidad a localidad, y no una historia de los hechos o las gestas de los reyes o los grandes señores. Le convencieron de hacer una historia democrática de España.
El proyecto no tenía, ni aún tiene, parangón con las monarquías de los alrededores. Quiero decir que semejante idea nunca se puso en práctica ni se ha vuelto a poner. Efectivamente, para escribir esa «Descripción de los pueblos de España» que era como se llamó oficialmente el plan (y desde el XIX nos hemos empecinado en llamarlo «Relaciones Topográficas»), se tomaron una serie de decisiones trascendentales que ponen bien a las claras la alta capacidad de gestión de la administración de aquel Imperio. La base de todo era conocida: enviar cuestionarios, esperar que los rellenaran vecinos de los lugares, recogerlos y escribir. Algo así se había hecho ya para conocer qué eran las Indias que se estaban descubriendo. Como te puedes imaginar, lector amigo, estamos ante un fenómeno cultural, antropológico, geográfico, protoestadístico, fabuloso. No me puedo detener mucho más en ello, pero sentía la necesidad de decirlo.
Aun a pesar de las limitaciones que pone una crónica como esta, lo que sí quiero contarte es que aquellos humanistas prepararon un interrogatorio (más tarde se mejoró con una segunda versión) con medio centenar de preguntas. El cuestionario se imprimió y se mandó a centenares de pueblos de las actuales provincias de Jaén, Albacete, Cuenca, Ciudad Real, Toledo y Madrid. Los interrogatorios llegaban a los Corregidores, y estos las remitían a los pueblos de su demarcación. Con toda solemnidad, los regidores rurales –¡los alcaldes de Daganzo de Cervantes!– acataban el mandato y ordenaban al escribano municipal que, escogidos dos vecinos del lugar que supieran leer y estuvieran en su sano juicio, les leyera las preguntas y anotara las respuestas. Luego, esas respuestas seguirían el camino inverso hasta llegar a Madrid, a manos del secretario real que las recibiría ordenaría y prepararía todo el material para que los humanistas escribieran una verdadera historia de España. Verdadera y contundente. Tan contundente que tan ímprobo esfuerzo no se pudo culminar.
Las preguntas eran fascinantes y abarcaban de todo lo imaginable, de lo tangible e intangible, de cada pueblo: desde el topónimo y su significado, hasta a qué rey lo conquistó a los moros, o cuántos habitantes había, cómo eran las casas, qué se cultivaba y en qué cantidades, amén de un sinfín de cuestiones cualitativas ya sobre la religiosidad popular, las advocaciones, las ermitas, las fiestas de guardar o los hechos más relevantes de los que se tuviera noticia y en fin, el recuerdo de personajes afamados o ilustres y mil cosas más.
En las respuestas se ve que la libertad dada a los informantes fue enorme. Así, a veces, son paupérrimas; otras veces son riquísimas en datos; otras formalmente exquisitas. Porque, por ejemplo las respuestas de Madrid las dio Juan López de Hoyos, el humanista.
Como digo, aquellos interrogatorios tenían que devolverse a Madrid o a El Escorial (al secretario real Juan Vázquez de Salazar). En último término, el viaje de los papeles concluyó en la Biblioteca Laurentina, la de San Lorenzo de El Escorial. Allí se conservan. En el siglo XVIII los copiaron íntegros y la copia se depositó en la Real Academia de la Historia, pues como era cronista oficial del rey, debía disponer de las fuentes de información más veraces para escribir, de una vez, una Historia completa de España.
De las decenas de tomos que se conservan y de los miles y miles de páginas que aún existen, quiero ocuparme de un curioso caso que se recoge en la respuesta 44 de la localidad madrileña de Valdaracete. Pero por hoy, lo dejo aquí hasta la semana que viene, Dios mediante.
Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de investigación en el CSIC
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