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Un tesoro histórico en la Comunidad de Madrid: el monasterio de San Julián y San Antonio
El monasterio de San Julián y San Antonio une a los franciscanos con la familia Goya y el doctor Carlos Jiménez Díaz
En la Sierra de La Cabrera no solo la intrincada morfología del paisaje habla de un pasado que sigue vivo. Aquí se han encontrado desde asentamientos de la Edad de Hierro hasta una necrópolis visigoda. Y, como testigo aún vivo de un pasado que se conserva a apenas una hora de la capital, entre huertas y desniveles rocosos, encontramos el convento de San Julián y San Antonio, cuya iglesia es uno de los pocos resquicios del románico que se conservan en la Comunidad de Madrid. Este pequeño templo, en el cual se conservan diversas obras de arte, no deja de ser una auténtica joya que busca volver a vivir el esplendor del pasado. Eso sí, ahora, a través de la cultura y adaptándose al mundo actual.
«Los orígenes de este monasterio los encontramos en el siglo VI. Comenzó como una pequeña ermita, anterior a la actual iglesia, que es del siglo XI, y estaba dedicada a san Julián, arzobispo de Toledo, que murió en el año 690». Quien recibe a La Razón en el monasterio es Constantino Gómez, rector de la orden que actualmente administra el monasterio, los Misioneros Identes. Tal como explica, en aquel momento la zona pertenecía al Reino de Toledo, y en torno a la ermita había una pequeña comunidad de frailes ermitaños, de los que nada se sabe después de la invasión árabe. «No quedan documentos que nos digan qué pasó con aquellos frailes, si los dejaron quedarse o acabaron con ellos», apunta Gómez. No hay, de hecho, más noticias de lo que ocurre en este lugar hasta el año 1085, con la reconquista de Toledo por Alfonso VI de Castilla y León, quien tres años antes había conquistado este territorio, incorporándolo a la corona de Castilla, y a raíz de lo cual «a este lugar vinieron entonces unos monjes benedictinos, que estarían aquí hasta finales del siglo XIV».
Fue en el siglo XV cuando el monasterio alcanzó su máximo esplendor con la llegada de los franciscanos, congregación que pondría al monasterio el nombre de san Antonio. «Vinieron por una reforma que se hizo en la congregación de volver al espíritu más genuino de Francisco de Asís, que, entre otras cosas, incluye una cierta vida de ermitaños, con pequeñas comunidades alejadas de las ciudades, dedicadas al trabajo y la oración», explica Gómez. El convento, en medio de montañas y vegetación, parece fundirse con la naturaleza y el silencio que la rodea a pesar de su cercanía con la ciudad, como ocurre con Asís. En este contexto el monasterio vivió sus mejores años. «Por este lugar pasaron personajes importantes, entre ellos el cardenal Cisneros, quien nació en Torrelaguna, y tuvo mucha relación con este lugar porque venía ya desde niño con su familia. También pasaban por aquí personas de la nobleza, que venían de retiro», explica el rector. «Eran familias que, además de ser protectoras del convento, venían con frecuencia».
Los años se fueron sucediendo, y, con la invasión francesa en España, en el siglo XIX, las tropas de Napoleón ocuparon los pueblos de la zona en su paso hacia Madrid, también La Cabrera y este convento, donde se instaló un destacamento de tropas durante nueve meses. «Los franciscanos habían huido previamente de la guerra, y cuando pudieron volver encontraron ciertos destrozos en el convento». A pesar de ello, la orden se queda hasta 1835, cuando fue expropiada con la desamortización de Mendizábal. «Se puso a la venta, y lo compró un nieto del pintor Francisco de Goya, Mariano Goya, quien lo tuvo como una hacienda familiar más, sobre todo para aprovechar la huerta magnífica que habían dejado los frailes», explica Gómez. Así, el monasterio se mantuvo en la familia Goya durante varias generaciones, hasta que en 1934 lo compró un famoso médico de Madrid, Carlos Jiménez Díaz, quien, junto a su esposa Conchita, convirtieron este lugar en una casa de descanso y estudio. «El matrimonio no había tenido hijos, y, el doctor en su testamento dejó por escrito que, como este lugar había pertenecido a los franciscanos, se lo devolvía a ellos». De esta manera, los frailes pudieron volver al que durante siglos fue su hogar a finales de los años 80, después de casi 160 años. Permanecieron en el convento hasta 2004, cuando, por diversas razones, la orden no pudo continuar con el mantenimiento del lugar. «Fue cuando nos pidieron a nosotros, los Misioneros Identes, si podíamos hacernos cargo del convento», apunta Gómez. De esta manera, estos misioneros –que fue creada por el madrileño Fernando Rielo en 1959 y que incluye desde religiosos hasta laicos, consagrados y también casados, cada uno con su propia profesión y trabajo–, llevan aquí casi ya dos décadas «tratando de restaurar y darle vida al lugar» a través de las actividades culturales que, con frecuencia, se celebran dentro de este monasterio que ha sobrevivido a guerras y expropiaciones y que, a día de hoy, sigue conservando toda su singularidad.
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