Arquitectura
La ciudad que se abrazó al brutalismo
Pocas capitales en el mundo, como Madrid, cuentan con un patrimonio arquitectónico de la calidad de Torres Blancas, la Corona de Espinas o la Torre de Valencia (y hay muchas más)
Una ciudad con una rica historia arquitectónica. Que ha pasado por distintos estilos y épocas. Todas han dejado su impronta y su contribución al perfil urbanístico de la capital. Algunos, especialmente, como Ventura Rodríguez artífice del eje Prado- Recoletos, con edificios como el actual museo del Prado o el conjunto de fuentes con Cibeles y Neptuno a la cabeza que marcaron el llamado Salón del Prado. O más recientemente el genial Antonio Palacios, creador de obras emblemáticas, como el actual Ayuntamiento, el antiguo hospital de Jornaleros o el Círculo de Bellas Artes, entre otros.
Madrid ha tenido revoluciones urbanísticas también como la Gran Vía, para cuya construcción, además, fue obligado destruir más de 300 casas y hacer "desaparecer" unas 50 calles. Un conjunto uniforme, y en cierto sentido, con armonía que choca con otras corrientes que le sucedieron, como la que nos ocupa, a caballo entre la modernidad y la ruptura violenta con el pasado. Sí, también con ese pasado que antes recordamos. El brutalismo, de moda estos días por los ecos de Hollywood, es un estilo, digamos, "contundente", que rechaza toda decoración y hace uso del hormigón o ladrillo vistos, sin lucir ni pintar, además de recurrir a formas geométricas angulares y a una paleta de colores predominantemente monocromática. Todo aupado por la película "The brutalist" que narra 30 años de la vida de László Tóth, un arquitecto judío nacido en Hungría que sobrevivió al Holocausto. Un hombre que se reinventó tras el final de la Segunda Guerra Mundial, emigró a los Estados Unidos y buscó otras formas de expresión y modernidad que se abrían paso en otros países de Europa y Sudamérica.
En ese sentido, y al hilo de esa corriente, la sensibilidad del Gobierno regional ya se enfocó hace años a una joya arquitectónica que es patrimonio de todos los madrileños. El Gobierno de la Comunidad de Madrid declaró Bien de Interés Cultural (BIC) la Casa Carvajal, en la categoría de “monumento”. El edificio, ubicado en Pozuelo de Alarcón, es la obra cumbre de Javier Carvajal, y contribuyó a la modernización de la arquitectura española en la segunda mitad del siglo XX.
La casa fue proyectada entre 1964 y 1965 como vivienda familiar del arquitecto, junto con la de García–Valdecasas, situada en la parcela colindante. Se trata de una construcción brutalista, de una sola planta, realizada completamente en hormigón, adaptada al desnivel del terreno e integrada perfectamente en su entorno natural con vistas a la Sierra de Guadarrama. El proyecto, considerado también uno de los mejores ejemplos de arquitectura racionalista española de los años sesenta, recibió en 1969 el Premio Fritz Schumacher de la Universidad de Hamburgo a la mejor Arquitectura de Europa por haber traducido a un lenguaje contemporáneo la rica tradición española en esta disciplina. La vivienda tiene una disposición muy especial y compleja. Se articula alrededor de dos patios interiores que hacen circular el recorrido de la casa. Las distintas estancias, compartimentadas por pequeños desniveles de dos o tres escalones que van delimitando los espacios, se conectan, de manera que el espacio parece fluir constantemente. El inmueble destaca, además, por su perfecta ejecución y su esmero tecnológico. Además, tal y como ha destacado el Consejo de Gobierno, fue uno de los primeros proyectos en incorporar la climatización a una vivienda.
Pero de esa arquitectura brutalista, en Madrid, hay otro ejemplos de gran importancia, de mayor tamaño, como bien le gusta al brutalismo, y no esas joyas de coleccionista, de consumo íntimo y privado, como las que se pueden apreciar en Pozuelo de Alarcón. Y es que aunque en sus inicios fue considerado contrario a lo burgués, lo cierto es que poco a poco el brutalismo fue adoptado también por las clases más pudientes y las compañías más poderosas. En España, por ejemplo, los edificios brutalistas se identificaron desde un principio con viviendas de lujo o sedes de firmas o instituciones de primera línea, y también con iglesias y centros de educación superior. En Madrid se concentran algunos de los edificios más representativos de la corriente brutalista en nuestro país.
Buen ejemplo de esto son emblemáticos edificios como una original torre, proyectada por Francisco Javier Sáenz de Oiza. Uno de los edificios más emblemáticos del estilo brutalista en Madrid. Está formada por estructuras cilíndricas rematadas por copas planas circulares, como si un árbol de ramas de hormigón se tratara. De hecho, Torres Blancas, que así se llama, también es un ejemplo en España de la arquitectura organicista, que promueve la armonía entre el hábitat humano y el mundo natural. El edificio se proyectó para albergar de manera mixta oficinas y viviendas de lujo. Resulta curioso que, a pocos metros de Torres Blancas, se levanta otro de los principales edificios representativos del brutalismo madrileño. Se trata de la sede del Sindicato UGT, antes sede del Sindicato Vertical, obra del arquitecto Antonio Vallejo Acevedo.
Muy cerca de la Plaza de Colón, por aquello que hablamos de que el brutalismo y el dinero y el poder van de mano al menos en España, nos topamos con el edificio que el arquitecto Miguel Fisac proyectó como sede de la empresa informática IBM. Para ellos, Fisac ideó una estructura de piezas de hormigón con la que la luz del sol podía iluminar el edificio, pero sin incidir en él directamente. Todo un ejemplo de ingenio.
En el Barrio de Salamanca, tan clásico, destaca una imponente iglesia. El templo de Nuestra Señora del Rosario de Filipinas. Con su sorprendente y rotunda fachada de hormigón, contrasta poderosamente con otros inmuebles e iglesias que pueblan la calle del Conde de Peñalver. También en el Barrio de Salamanca, en la confluencia de las calles José Ortega y Gasset y Velázquez, se encuentra el Edificio Beatriz. Debe su nombre a que el solar donde se levanta estuvo ocupado por el Convento de las Jerónimas, fundado por Beatriz Galindo, la preceptora de los hijos de los Reyes Católicos. El edificio se destinó a oficinas y llegó a ser sede del Banco Popular. Fue proyectado por el arquitecto Eleuterio Población, quién puso especial empeño en la racionalización y aprovechamiento del espacio de trabajo en el interior del edificio.
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Mención aparte por su protagonismo, en plena ciudad y en una esquina del parque del Retiro nos encontramos con otro emblema del brutalismo. No exento de polémica. Justo en la confluencia de la calle O’Donnell con la avenida Menéndez Pelayo se levanta esta representativa torre, una de las más altas de Madrid. Es obra de Javier Carvajal y fue construida con fines residenciales en un lugar estratégico frente al principal espacio verde del centro de la ciudad. La construcción de esta torre de 94 metros suscitó una gran polémica al considerarse demasiado rupturista con respecto a los edificios de la zona, lo que provocó paralizaciones y retrasos en el desarrollo de la obra. La verticalidad de la torre, visible desde la lejanía, marca hoy con claridad la localización de una de las esquinas del perímetro de El Retiro. Un tema clave en los años 70 cuando se levantó esta mole: rompía la perspectiva de la Puerta de Alcalá y Cibeles. Sobresalía sobre todo y todos... Muchos nunca se lo perdonaron.
En el apartado de la Educación el brutalismo tiene en Madrid dos ejemplos clave. En el campus de la Universidad Complutense encontramos varios ejemplos de esta escuela arquitectónica. El edificio que alberga a la Facultad de Ciencias de la Información, obra de José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña, es uno de ellos. Se comenzó a edificar en 1971 y tres años más tarde abrió sus aulas a los primeros estudiantes, aunque aún estaba pendiente una segunda fase de construcción. La estructura del edificio hubo de adaptarse al marcado desnivel del terreno sobre el que se asienta. Muy cerca se encuentra el edificio de la Facultad de Geológicas, obra del arquitecto Fernando Moreno Barberá. Construido entre 1964 y 1969, su diseño se basa en dos prismas, uno horizontal y otro vertical. El primero alberga el aulario y espacios comunes, mientras que el segundo da cabida a despachos y laboratorios.
Mención especial merece también, más que por su construcción por su "cometido", merece la llamada "corona de espinas". También enclavada en la Ciudad Universitaria, junto al Palacio de La Moncloa, se levanta este edificio circular conocido como por ese curioso nombre por las estructuras picudas que lo coronan. Su construcción sufrió todo tipo de percances e incluso quedó en abandono durante un tiempo. Hoy en día, sin embargo, esta obra tremendamente original, es un icono de la arquitectura española.
En Madrid hay más ejemplos, bastantes más, que han bebido de ese brutalismo que ahora vuelve a estar de moda gracias al cine. Una película que sin duda valdrá para que muchos en la ciudad descubran -y observen- una corriente artística y arquitectónica que ha marcado el perfil de una urbe que suma sensibilidades y sentimientos. Y se reinventa, como hace años, como hace siglos. Y se enriquece y progresa.