Tesoros en los Museos

El sótano que cobra vida gracias al paso del tiempo

Ubicado en el número uno de la Gran Vía, el Edificio Grassy esconde

una colección de relojes únicos

Museo del Reloj Antiguo, que Grassy abrió en 1953 en su sede de Gran Vía 1.
Museo del Reloj Antiguo, que Grassy abrió en 1953 en su sede de Gran Vía 1. David JarLa Razón

Este año se cumplen setenta años desde que la conocida Joyería Grassy aterrizase en el número uno de la Gran Vía. Un negocio familiar que tiene su origen con la llegada, por casualidad, del italiano Alexandre Grassy a España en 1920. El orfebre crearía entonces un próspero negocio con el taller de relojería más importante de Madrid y se convertiría en el introductor de grandes marcas relojeras en España. Pero lo que muchos no conocen es que, además de sus exclusivas joyas y de ser el distribuidor oficial de Rolex, en su sótano esconde una colección de piezas y muchas de ellas únicas, de origen inglés y francés en su mayoría y datadas entre los siglos XVI y XIX.

Fue por iniciativa del fundador, por su gran afición por los relojes antiguos y por su ímpetu por compartir con el mundo su colección privada como nace el ahora conocido como el Museo de Relojes Antiguos de Madrid. Una muestra que comenzó con la adquisición de gran parte de ellos al escritor catalán Antonio Pérez de Olaguer Feliú y que ha ido creciendo con el paso de los años. Una excelente lección de historia sobre la evolución de la relojería que llega hasta el arranque de su producción industrial, a mediados del siglo XIX.

Entre los autómatas, destaca la pieza más antigua de la colección: un reloj de sobremesa, manufactura de Núremberg y datado entre 1550 y 1560. Conservan también relojes de carroza, similares a los de bolsillo pero más grandes y con fuertes corazas para protegerlos de los golpes de los viajes, de cartel, diseñados para colgar de pared o altos relojes de caja con péndulo. Como uno de los «más modernos» de la colección, un regulador de antesala astronómico de caja de nogal de origen alemán. Gracias a su tripe esfera, además de la hora podemos conocer la fecha, día de la semana, signos del zodiaco, día y noche y ecuación del tiempo. Con el tiempo y el funcionalismo, llegaron los «relojes esqueleto», desprovistos de adornos y que exhibían sin pudor su maquinaria desnuda. Se trata de una colección que deja patente la diferencia entre relojes franceses e ingleses. «Los primeros se hacían en bronce dorado al mercurio y se le daba gran protagonismo al ornamento, a menudo inspirado en la mitología. Los segundos, sin embargo, se caracterizaban por su sobriedad, el uso de la madera y la incorporación de asas para ser transportados», detalla David Jiménez, responsable del servicio técnico de Grassy, a LA RAZÓN.

Que todos funcionen o que puedan hacerlo lo convierten en un museo vivo. Y sus sonerías, en pleno apogeo con el paso de los cuartos, las medias y las horas son muestra de ello. «Su gran complejidad hace que su restauración sea lenta y costosa, confiesa. Pero el resultado merece la pena pues, además de tener un importante valor por sus mecanismos, también lo poseen por su historia. Como el reloj-ánfora de origen francés datado en el 1800, posesión de Eugenia de Montijo, última emperatriz de Francia y mujer de Napoleón III. El cuerpo del ánfora posee dos ventanas circulares: la superior marca la hora y en la inferior se desliza un medallón esmaltado que da paso a un pequeño pájaro que canta mientras mueve las alas y el pico para anunciar la hora. «Si prestas atención, se pueden identificar cuatro cantos distintos. Esto es posible por un sistema interior, de pequeños fuelles y una flauta integrada» y apunta que «su realismo es de gran importancia, no hay que olvidar que en aquella época no había calculadoras ni máquinas que pudiesen fabricar esto. Todo se hacía de forma manual».

Museo del Reloj Antiguo, que Grassy abrió en 1953 en su sede de Gran Vía 1.
Museo del Reloj Antiguo, que Grassy abrió en 1953 en su sede de Gran Vía 1.David JarLa Razón

La próxima restauración, que confiarán como siempre a Relojería Losada, será para otra de las joyas de la colección. Un gran reloj de sobremesa de doble cara con autómatas de finales del siglo XVIII y manufacturado en China para el mercado imperial. Está compuesto de bronce dorado, esmalte y pedrería y todos los elementos son giratorios, lo que le convierte en uno de los más complicados del museo. Mientras que en el cuerpo inferior, cuyos frentes son de cristal, hay una escena campestre en una de las caras y, en la otra, una fluvial. Otro ejemplo del trabajo y el saber hacer que hay detrás de cada uno de ellos y que hacen que su precio sea incalculable. «Para construirlos son necesarias muchas manos, se conjugan distintas ciencias y artes para lograr estos resultados», apunta el técnico. Solo en un reloj pueden intervenir hasta diez personas: relojero, broncista, personas que hagan ruedas, piñones, figuras y expertos en madera o dorados. «Las piezas están normalmente firmadas por el relojero, pero hay casos en que el nombre del broncista era más conocido y se pone el suyo para dar prestigio a la pieza», cuenta Jiménez. Se dice que el relojero es el chef de obra: el que hace que la orquesta suene en armonía y funcione. Pero, por desgracia, es un oficio que se ha perdido con el paso del tiempo. «Ahora hay cambiadores de piezas, pero para ser relojero se requiere una formación muy específica que solo hay en Suiza y Francia», puntualiza.

No hay que olvidar que estos se construyen en un momento de la historia en el que la mano de obra tenía un coste prácticamente nulo y su el valor real de las joyas estaba en los materiales, de altísima calidad que han hecho posible que lleguen hasta nuestros días en casi perfectas condiciones. Sin embargo, en la actualidad, es muy difícil calcular su precio: «Para conocer el valor de las cosas, es necesario que existan transacciones. Y algunos de estos relojes, dada su peculiaridad, no las han sufrido en los últimos años y es difícil de estimar». Pero igual que entonces, estos relojes siguen siendo «juguetes» de ricos. Y sorprendentemente, son los gurús tecnológicos de la actualidad como Bill Gates, Jeff Brezos o Elon Musk los nombres más sonados en las subastas de estas piezas.

También hay una de las técnicas, el guilloché, que se empleaba entonces y por la que varias marcas están apostando en la actualidad. Se trata de unos grabados muy particulares que se emplean para decorar las esferas. «Pero no creas que han fabricado nuevas máquinas, han buscado y restaurado las que usaban entonces porque hacer unas nuevas sería costosísimo y el resultado no sería el mismo». Ideas, conceptos y prácticas que hicieron que la historia de la relojería evolucionase y que no haya dejado de hacerlo hasta nuestros días.