Cine
Matt Damon: «Dirigir es como una dictadura»
Matt Damon protagoniza el nuevo trabajo de Gus Van Sant, un drama con tintes ecologistas
«Mi principal contribución como productor fue despedirme como director». En la última Berlinale, con un resfriado de aúpa, con la voz tomada y la nariz moqueando, Matt Damon clausuraba con una broma la pregunta de este periodista, interesado en saber por qué lo que había de convertirse en su ópera prima se transformó en su cuarta película con Gus Van Sant. «Estuve preparando "Tierra prometida"durante mucho tiempo y lamenté no poder dirigirla, pero era imposible por cuestiones de agenda. Había estado rodando lejos de casa casi un año y no me sentía cómodo con la idea de dejar a mis hijas otra vez. Si lo hubiera hecho, habría tenido la cabeza en otro sitio».
Padre de cuatro chicas y actor hiperversátil, Damon se enfrentaba a la co-escritura (junto a John Krasinski) de un guión por primera vez desde «El indomable Will Hunting», por la que ganó el Oscar. «Si la crisis parece cebarse en la ciudad, lo del campo no tiene nombre», explica. «En un principio no teníamos intención de utilizar las prospecciones de gas natural en entornos rurales como punto de partida, pero nos dimos cuenta de que era un tema muy polémico, que creaba conflicto entre la gente de comunidades muy empobrecidas».
Compromiso cívico
De repente, tenían entre manos lo que parecía un drama ecológico que denunciaba la falta de escrúpulos de las compañías del gas, que no avisaban a los propietarios de las tierras que iban a perforar que sus trabajos podían contaminar el agua y echar a perder cosechas y ganado. No obstante, Damon insiste: «No es una película sobre las prácticas fraudulentas o poco sostenibles de las compañías de gas natural. Trata sobre el compromiso cívico. Sobre la necesidad de tomar decisiones si no quieres que los demás las tomen por ti». En la línea de un cine liberal que intenta recuperar la capacidad crítica del añorado Nuevo Hollywood, «Tierra prometida» pretende psicoanalizar a un país que necesita tenderse en el diván y abandonar los somníferos: «Queríamos explorar la identidad de América en la actualidad», sostiene Damon. «De dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos. En qué pensamos cuando hay que repartir responsabilidades. ¿Pensamos en la comunidad? ¿En las generaciones futuras?», se pregunta.
Habla de Capra o de Kazan al referirse a su personaje, aunque se apresura a desmitificar el hecho de ser cabeza de cartel. «La razón que me impulsó a protagonizarla fue que quería dirigirla. Era difícil encontrar un actor que la hiciera por menos dinero que yo», bromea. Pero no: le brillan los ojos cuando recuerda que su intención era parecer que no interpretaba. Una contención y una naturalidad absolutas, que Van Sant, con su pinta de no haber roto un plato, no hacía sino reforzar. «Dirigir es como una dictadura, pero Gus te hace creer que es una dictadura benevolente», reconoce. «A veces parece una democracia, pero no, y lo cierto es que no debe serlo».
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