Medio Ambiente

La huella del turismo de moda

Una plataforma ciudadana de Vizcaya pide paralizar la construcción de un aparcamiento para turistas en la población San Juan de Gaztelugatxe, uno de los decorados más llamativos de la famosa serie Juego de Tronos. Las apariciones televisivas o modas como llevarse conchitas o apilar piedras son causa de daños en numerosos entornos naturales, algunos de ellos protegidos

San Juan de Gaztelugatxe
San Juan de GaztelugatxeVINCENT WESTREUTERS

Ser uno de los decorados naturales más llamativos de la séptima temporada de la aclamada serie Juego de Tronos lanzó a la ermita de San Juan de Gaztelugatxe a la fama mundial hace dos años. Desde entonces, hordas de turistas se acercan a este escondido lugar de la costa de Vizcaya para contemplar los imponentes acantilados sobre los que se erige esta bella y discreta construcción del siglo X, transformado en la ficción en un tenebroso castillo. La auténtica ermita parece suspendida en medio del mar, sólo unida a la tierra por un estrecho puente construido en la roca donde rompen las olas. Contemplar este lugar llenaba de paz hace diez años. Ahora puede que uno acabe siendo el paisaje de fondo, gracias a los miles de selfies que el admirador de Juego de Tronos no dejará de hacer.

Lo que podría ser una simple anécdota se convierte en un peligro para este espectacular entorno natural. La Diputación Foral de Vizcaya tomó medidas en junio de 2018 para regular el flujo de visitantes al lugar y preservar así su biotipo protegido. Ideó un sistema de entrada gratuita para restringir el número de turistas por hora. El siguiente paso que quiere llevar a cabo es la creación de un aparcamiento para 51 coches. La plataforma ciudadana SOS Gaztelugatxe denuncia el impacto medioambiental que tendrá esta construcción. “La obra proyectada conlleva la construcción de una plataforma de 1.600 m2, tres muros de escollera hormigonada (de hasta 105 m de longitud y hasta 15 m de altura), 3.000 m3 de excavación, 9.500 m3 de relleno, obras de drenaje, firme, pavimento, etc., en un talud de fuerte pendiente. Se trata de una obra tremendamente impactante, irreversible y costosa”. Y asegura que "supone la destrucción de una zona recientemente repoblada con especies autóctonas y pone en peligro los valores naturales, paisajísticos, culturales y sociales de la zona”, según el escrito de su petición en la plataforma Change.org, cuya finalidad es recoger firmas y paralizar este proyecto.

SOS Gaztelugatxe apuesta por incentivar un medio de transporte más sostenible que sea “respetuoso con el medio ambiente y con la conservación de este enclave protegido como transporte público eléctrico, lanzaderas desde los municipios cercanos de Bakio y Bermeo, acceso a pie, en bicicleta...” y defiende que la creación de un aparcamiento no resuelve los problemas de saturación. Al contrario, dará lugar a “una mayor contaminación y emisión de CO2, ruido, polvo y molestias a la población”.

Gaztelugatxe no es el primer lugar que el turismo de masas pone en peligro. Hay numerosos entornos en los que las autoridades han tenido que tomar medidas para intentar frenar el impacto del aumento descontrolado de visitantes. Un ejemplo claro son los lagos de Plitvice, en Croacia, cuyo principal riesgo es la proliferación de construcciones turísticas que están invadiendo el entorno protegido donde viven especies como el lobo, el lince o el oso pardo. Este parque nacional declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979 recibe más de un millón de turistas al año, 14.000 al día en temporada alta.

Otro ejemplo más cercano la cascada de Orbaneja del Castillo, en Burgos. La llegada de cientos de turistas durante los días de Semana Santa se ha convertido en una tradición y también en un problema. En esas fechas, sus vecinos contemplan con resignación cómo se colapsa la carretera de acceso a la cascada y el pueblo y miran con preocupación las consecuencias para uno de los enclaves más singulares de la zona. Este año el Ayuntamiento tomó medidas para regular el tráfico e informar a los turistas y así se evitaron las aglomeraciones.

La transformación de un ecosistema local por el turismo no es el único peligro. A veces, lo más dañino son las acciones más pequeñas que se hacen por costumbre o entretenimiento. Un pasatiempo tan repetido como recoger las conchas que se quedan a la orilla del mar cuando paseamos por la playa puede suponer un peligro para el entorno natural. Las conclusiones de un estudio conjunto realizado entre la Universidad de Florida y la de Barcelona sobre la presencia de conchas en la playa Larga de Tarragona arrojaron un dato interesante: el número de conchas en los meses de verano bajaba drásticamente, por lo que su reducción a lo largo de décadas no se podría achacar a otros factores como el oleaje, las temperaturas o las aves. Sólo a la mano del hombre.

La recogida de conchas lleva a un descenso de la arena y de la diversidad de organismos. Algunos animales como los cangrejos, las esponjas, los pastos marinos o las algas utilizan las conchas como casa. A otros, como a los peces pequeños, les sirve para esconderse de criaturas marinas que se los quieren comer. También afecta a las aves que necesitan las conchas para hacer sus nidos y, si no tienen, se marchan a otro lugar.

Recoger conchas no es el único pasatiempo que altera el ecosistema de las costas españolas. Hace unos años se puso de moda en las playas de Baleares y Canarias apilar piedras pequeñas hasta formar una pirámide, son los llamados callaos. Una forma de dejar una especie de firma en el lugar al que has ido de vacaciones. Los creativos turistas no saben que, cuando se retira una piedra del lugar donde está, muchas veces se destruye el hogar de especies autóctonas que han hecho de esa piedra su nido y se alimentan ahí. También pasa con las plantas, que hunden sus raíces en las piedras en busca de la poca humedad que hay en lugares tan cálidos. Si las plantas se secan, los insectos desaparecen y con ellos, la comida de reptiles y aves.

Uno de los lugares afectados por esta moda era la trasera del castillo de San Felipe, junto a la playa Jardín, en Tenerife. En julio de este año el Ayuntamiento, la Fundación Telesforo Bravo-Juan Coello y la iniciativa Pasa sin Huella hicieron un llamamiento a la población para restaurar el paisaje y el ecosistema de este lugar. El 20 de julio más de 150 voluntarios quitaron los montículos y depositaron en un sitio adecuado cada una de las piedras, con cuidado de no dañar la vegetación ni a los animales de la zona.