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Medio Ambiente

Desglobalización

Ramón Tamames, economista y político español, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas / Foto: Gonzalo Pérez
Ramón Tamames, economista y político español, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas / Foto: Gonzalo Pérezlarazon

Recordarán los lectores de «Planeta Tierra» que, en busca de la armonía para la convivencia pacífica de los casi 8.000 millones de habitantes de la Tierra, hay que ir superando los peligros que se concitan en torno a la «Paz Perpetua», que dijo el filósofo alemán Kant. En ese sentido, la semana pasada vimos el tema del rearme nuclear de las superpotencias. Y hoy dedicamos la brevedad de esta crónica a la desglobalización como segunda gran amenaza, no tantas veces suscitada en el debate público, a pesar de su importancia como peligro económico total.

Fue John Maynard Keynes quien, en 1914, al iniciarse la Primera Guerra Mundial y tomarse medidas radicalmente bilateralistas en los grandes países del comercio mundial, manifestó su preocupación por abandonar el librecambismo (1860-1914), con todo lo que supuso de progreso formidable nunca visto hasta entonces; en términos de inversiones ubicuas, migraciones ingentes, comercio exterior in crescendo, con muy bajos niveles de proteccionismo. Hoy, en contra de la globalización conseguida con esforzadas negociaciones tras la Segunda Guerra Mundial, con organismos como el GATT, OMC, UE, etc., surge con fuerza el proteccionismo. Auspiciado principalmente por el país que más había trabajado por la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos, los EE.UU., ahora transmutados con los dislates económicos de Trump. Así las cosas, China y EE.UU. están en una guerra comercial que perjudica a todos y, especialmente, a los países en desarrollo. Porque la expansión del comercio internacional es la base misma del crecimiento económico mundial, del trabajo para todos y del progreso social.

No se levantan suficientes voces para denunciar un hecho tan maléfico como las ideas proteccionistas, que podría agravarse con las secuelas de la pandemia del coronavirus.

Por eso mismo, el Grupo de los Veinte (G-20) tendría que ser un foro resonante para evitar derivas perversas cuyo alcance hoy no podemos ni siquiera imaginar en su maleficio.