El ultraecologismo destruye la minería
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La ecología no puede ser un no-a-todo. Especialmente cuando determinado ecologismo es dado a utilizar sin empacho las ventajas del mundo moderno, pero no cede en cuanto a la manera de conseguir la energía o los minerales que necesitamos para sustentar las nuevas tecnologías. Por ejemplo, la telefonía móvil o las baterías para los automóviles eléctricos cero emisiones. Sin litio o tierras raras sería imposible sustentar este mundo hiperconectado que nos permite wifi en cualquier lugar para teletrabajar, por ejemplo. Con frecuencia, la posición de cierto ecologismo radical es la de oponerse a la energía nuclear o a las turbinas eólicas, por razones a veces meramente estéticas. No critican que se compre electricidad de origen nuclear a Francia, por ejemplo, o tierras raras a China, pero sí que en España tengamos minería de litio, cobalto, grafito, wolframio o fluorita, necesarios de una u otra manera para el mundo de hoy. Comprar tales minerales en el exterior supone una factura de 10.000 millones al año, que nos podríamos ahorrar si los extrajésemos de nuestro subsuelo, con las debidas garantías medioambientales. Supone también que perdemos 20.000 empleos directos derivados de esa minería. La postura de «sí a los avances tecnológicos pero no en mi barrio» es tan hipócrita como ruinosa.
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