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Medio Ambiente
El reto de minimizar la contaminación lumínica
La luz artificial causa problemas en la salud de personas y ecosistemas, pero es parte del desarrollo urbano. ¿Se puede minimizar los efectos negativos sin renunciar a la seguridad que nos transmite la iluminación?
Hace escasos días, el PSOE presentaba en el Congreso de los Diputados una Proposición no de Ley sobre reducción de la contaminación lumínica. El texto afirma que este tipo de contaminación «no sólo produce la pérdida del paisaje nocturno y el cielo estrellado, sino que existen numerosas repercusiones negativas a nivel energético, medioambiental y sobre la salud de las personas». Lo cierto es que algunos medios se han hecho eco de esta propuesta y miran con suspicacia posibles nuevas medidas que apaguen las calles o afecten al alumbrado de Navidad. Hay que recordar el revuelo político que ha supuesto la aprobación en agosto del Real Decreto-ley 14/2022 sobre medidas de eficiencia energética, que contempla ya el apagado del alumbrado de escaparates y edificios públicos desde las 22 horas al menos hasta noviembre de 2023.
Farolas, coches, escaparates, oficinas que se quedan encendidas por la noche, vallas publicitarias. Vivimos rodeados de iluminación artificial de alta intensidad. Basta un dato: en EE UU en 2020 se estimaba que había 343.000 vallas publicitarias en exteriores que contaban con luz. El desarrollo urbano y el progreso nos han dejado un paisaje urbano iluminado que se refleja hasta en el espacio y ha convertido la contaminación lumínica en un problema global, al igual que la atmosférica. El 80% de los habitantes del planeta vive bajo cielos contaminados y si miramos Europa o Estados Unidos las cifras se disparan hasta el 99%. Al menos así lo indicaba ya en 2016 el Atlas Mundial del Brillo del Cielo. Entre los países con mayor contaminación lumínica del mundo: Singapur, Qatar o Kuwait.
Además del gasto energético (se calcula que el alumbrado público consume un 2,3% de la electricidad a nivel mundial) y las emisiones asociadas, el exceso en el uso de luz artificial tiene consecuencias en la salud y en la biodiversidad, aparte de que dificulta la observación científica del cielo. La principal es que incide en los ritmos corporales tanto de animales como de humanos. «La iluminación suprime la producción de melatonina, incide en el sistema inmunitario y en el sistema hormonal. El reloj circadiano o reloj biológico está regulado por el ciclo natural de luz-oscuridad. Estamos programados para recibir luz durante el día y cuando estamos expuestos a ella cuando no corresponde, se nos desajusta el organismo. Esto es especialmente importante con la luz azul», explica Anna Palomar, investigadora en el ISGlobal (centro impulsado por la Fundación La Caixa.
La supresión de la producción de melatonina provoca falta de sueño, fatiga, dolores de cabeza, estrés, ansiedad y otros problemas de salud. Estudios recientes también muestran una conexión entre los niveles reducidos de melatonina y el cáncer. En cuanto a sus efectos sobre la biodiversidad, se sabe que la luz artificial afecta a todo tipo de taxones, desde bacterias y hongos a plantas y animales. Incide, por ejemplo, en la mortalidad de aves marinas durante sus primeros vuelos hacia el mar y altera las cadenas tróficas y el funcionamiento de los ecosistemas. Este mismo año la ONU alertaba durante la celebración del Día Mundial de las Aves Migratorias que este tipo de contaminación está aumentando en todo el mundo: «La oscuridad natural tiene un valor de conservación de la misma manera que el agua, el aire y el suelo limpios».
Y es que, irónicamente, el cambio de luminarias públicas hacia bombillas LED emprendido por muchas ciudades en aras de reducir el consumo y las facturas, está aumentando todavía más el brillo nocturno de las ciudades. «El alumbrado supone la mitad del gasto energético de un ayuntamiento. Por otro lado, vemos que ha habido un incremento de la contaminación lumínica desde 1992 a 2017 de un mínimo de 49%. En algunos casos puede haber crecido hasta un 275%», explica Alejandro Sánchez de Miguel, investigador del departamento de Física de la Tierra y Astrofísica de la Universidad Complutense de Madrid.
El equipo acaba de publicar un estudio en la revista Science en el que advierte precisamente sobre la luz azul de las lámparas LED. Estas bombillas están aumentando la contaminación lumínica en Europa, con un porcentaje de hasta un 13% en la luz azul. Además, alerta el estudio: «Los LED a menudo se denominan tecnología baja en carbono, pero las consecuencias de su uso son complicadas porque dependen de qué tecnología se está reemplazando y con qué; cómo se cambia el número de lámparas o la intensidad de las emisiones de luz, etc. El mayor uso de LED se asocia con un efecto rebote ya que los aumentos en la eficiencia energética y la disminución percibida en los costes han impulsado una mayor demanda de iluminación exterior... cualquier ganancia de eficiencia ha sido contrarrestada por más consumo».
De hecho, En 2018 un informe del Joint Research Center (Centro de Investigación Conjunta) de la UE alertaba que «si se utilizan luces LED, las bombillas deben ser de temperaturas de color inferiores a los 3.000 grados Kelvin, aunque la comunidad científica recomienda reducirlas a 2.200, es decir, ámbar en vez de blancas, ya que son mucho menos contaminantes».
El Centro también sugiere una serie de medidas para actuar contra la contaminación lumínica. Lo primero que hay que hacer es medir y cuantificar con datos el consumo eléctrico que tiene un alumbrado, cuánta luz hay y dónde está. Una vez conocida la situación hay que hacer una buena gestión del alumbrado atenuando allá donde sea posible «si se atenúa se consume menos electricidad. Es fácil reducir estos costes entre un 25 y un 40%». Alumbrar lo que sea necesario y de una forma que minimice los perjuicios al medio ambiente, el cielo y la salud. Apostar por diseños de farolas que dirección en la luz hacia el suelo para evitar los reflejos hacia la atmósfera o incluso regular la cantidad de luz. «Francia tiene una total de 13.000 municipios que apagan su luz por la noche... Inglaterra y Alemania también recurren a medidas similares y en Madrid a partir de cierta hora baja hasta un 60% la potencia de la iluminación», explica Sánchez.
Más que apagar (que también) se trata de encender mejor. O al menos eso dice la Red Española de investigación en contaminación lumínica (REECL), una iniciativa que inició su trabajo en 2011 y que figura entre las varias en el mundo que abogan por una mejor gestión de la luz artificial exterior. En Estados Unidos en 1988 se fundó la Asociación Internacional del Cielo Oscuro (IDA), que certifica parques y otros lugares que han trabajado para reducir sus emisiones de luz. «En diciembre de 2018, IDA enumera trece reservas de cielo oscuro en todo el mundo», dice el National Geographic.
También «es importante tener zonificados los territorios, es decir categorizar las calles por zonas diferenciando entre calles comerciales, residenciales, zonas protegidas. En función de ello, se debería definir la gestión de la luz. En España solo Andalucía y Cataluña cuentan con esta zonificación del territorio», comenta el investigador de la UCM. Otra clave, según Sánchez, es cumplir la legislación ya existente. Como el mismo documento presentado por el PSOE recuerda existe ya legislación para que las CC AA emprenden medidas contra esta contaminación, desde la ley 34/2007 de calidad del aire y protección de la atmósfera al Real Decreto 1890/2008 de eficiencia energética en instalaciones de alumbrado exterior.
¿Aumenta la seguridad la iluminación?
Cierto es que nos sentimos más seguros en un lugar iluminado, pero ¿ realmente estamos más seguros en un parada de bus en mitad de la nada por el hecho de que esté iluminada? «En Bélgica han decidido a pagar las autopistas porque han realizado un estudio que afirma que la luz no aumenta la seguridad vial. El hecho de tener luz en la carretera no minimiza los accidentes de noche. En el campo de la seguridad ante delitos también asumimos que necesitamos esa luz para estar seguros, pero las farolas no son mágicas ni acaban por sí mismas con la criminalidad. Hacer una zona más habitable para la actividad nocturna supone iluminarla, pero también en algunos casos tomar medidas como ganar espacio para terrazas, etc.», opina Alejandro Sánchez.
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