El primer sacerdote martirizado
Calderón, en “La vida es sueño”, de 1636, refleja el drama existencial del nacer y vivir. Así se moría en España, en esa idílica y democrática república a manos de socialistas, comunistas y separatistas, 300 años después. Algo que la memoria histórica democrática, quiere impedir que se conozca.
Un crudo exponente del drama Calderoniano fue, Cipriano Bonilla Valladolid, coadjutor de Corral de Almaguer, en los violentos días de Julio de 1936. Nacido en abril de 1908, en El Provencio, a sólo 78 km; era el mayor de 7 hermanos, de padres humildes labradores.
El servicio militar en Melilla, donde se ocupó de la enfermería y del auxilio espiritual de enfermos o heridos, no mermó su vocación. Ya sacerdote, ocupó la parroquia de Los Hinojosos y de Villagarcía del Llano, de donde pasó a coadjutor de la parroquia de Nuestra de la Asunción de Corral de Almaguer.
Cipriano Bonilla fue el primer sacerdote apresado y martirizado en Corral de Almaguer. La cruda realidad histórica, esa que no será recogida en la memoria democrática que pretenden imponer, nos dice que fue detenido el 21 de Julio de 1936 y torturado durante un mes, hasta que el 21 de agosto, de madrugada, fue sacado de la cárcel atado a una camioneta y así recorrió, arrastrado por los pies, once kilómetros. Trescientos años después del drama Calderoniano, con 28 años, dedicado en cuerpo y alma al prójimo y sin enemigo que pudiera declararse, tenía derecho a mirar al cielo implorando “…ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo…”.
Ya en la cárcel, le obligaron a blasfemar y a renegar de Cristo, pero él no lo hizo. Hasta que, según el relato de testigos: “Después de haber sido bárbaramente torturado durante muchos días en la cárcel, en la madrugada del 21 de agosto, la camioneta partió a toda prisa, ocupada por cuatro verdugos: tomaron la carretera que conduce al pueblo vecino de La Villa de D. Fadrique. Bordeando el ríoRiansares por el margen izquierdo. D. Cipriano, iba literalmente derramando su sangre”.
Frente a la casa de una finca que se llamaba “El Monte del Alcalde”, la cuerda se rompió y el cuerpo destrozado quedó abandonado. La providencia quiso que un padre que iba acompañado de su hijo, menor de edad, presenciase el terrible suceso y, una vez que los verdugos abandonaron el lugar, se acercaron, hicieron una pequeña fosa y lo enterraron. Al terminar la guerra los jóvenes de la Acción Católica llevaron sus restos a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer, donde, hasta ahora, reposan.
No encuentro mejor epitafio de vida. El drama Calderoniano vuelve a cernirse sobre nosotros: “¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido”.