Falso feminismo
Sorprende que, para algunos, Margarita Nelken pueda ser venerada como icono del nuevo feminismo. Para empezar, se abstuvo de votar la concesión del voto femenino de cara a su aprobación en el articulado de la Constitución de 1931. Y eso que era diputada, la única, del PSOE en las Cortes Republicanas. Tampoco lo hizo Indalecio Prieto, su mentor. Pero a ella no se le suele reprochar nada en el enconado debate que mantuvieron Clara Campoamor y Victoria Kent sobre el asunto: la primera, entonces en las filas del Partido Radical, será recordada por la defensa argumentada que hizo de este derecho; mientras que la segunda, militante del llamado Partido Republicano Radical Socialista, recurrió a las razones de “oportunidad política” para decir no al voto femenino. Nelken no votó, aunque había dejado bastante claro que para ella el voto femenino podría poner en peligro la estabilidad de la República. Por eso, cuando ahora se reivindican determinados personajes en aras de la igualdad, conviene, al menos, echar la vista atrás para conocer un poco de su trayectoria.
Lo cierto es que la evolución intelectual de Margarita Nelken resulta algo compleja. No era precisamente una “hija del pueblo” e incluso sus orígenes y nacionalidad han sido objeto de polémica. Crítica de arte, con la formación cosmopolita que le proporcionó la desahogada economía familiar, nos encontramos sus artículos en publicaciones como “El Día”, “El Imparcial” o “Espampa”, con temáticas que poco tienen que ver con su futura radicalidad política. También colaboró con el semanario monárquico “Renovación Española”, ¿no es sorprendente? Su hermana, Magda Donato, se dedicaba por entonces a temas femeninos, que no feministas, en esas secciones que tenían los diarios del tipo “moda y belleza”. Todo muy militante. Nelken escribió en España, dirigida por Azaña y quien terminará convertido en uno de sus más firmes detractores. Igual que lo fue Gorkin, García Oliver o Edgar Neville, por irnos al otro extremo.
Antimonárquica cuando llegó la hora de la República, ganó su acta como diputada por Badajoz en noviembre de 1931. La consiguió en la repetición electoral para cubrir las vacantes producidas por la renuncia de los diputados que habían obtenido actas dobles en junio. La Agrupación Socialista estaba decidida a presentar a una mujer por carecer de representación femenina en el Parlamento. Desde entonces, fue la única mujer que consiguió su reelección en las tres legislaturas, aunque por momentos tuviese como compañeras de bancada a María Lejárraga, Matilde de la Torre o Julia Álvarez Resano. En las Cortes de la República hubo también una mujer conservadora, Francisca Bohigas, diputada por León en 1933, aunque de ella nunca se habla. Tampoco debió de gustarle mucho a Margarita Nelken compartir hemiciclo con Dolores Ibárruri, elegida diputada por el PC en las elecciones del Frente Popular, a tenor de como terminaron las relaciones entre ambas damas de la militancia radical.
Comenzada la guerra, Nelken escribió en Claridad, entonces órgano de la UGT, su afamado artículo “Las hembras de los señoritos” (28 de agosto de 1936) toda una perla de reconciliación en el que establece la diferencia “rotunda en infranqueable” entre las mujeres y las hembras, “entre las compañeras y madres de los hombres y las jaleadoras de los señoritos”. Algo así como si hoy enfrentamos vulgaridad y distinción para excitar el odio de clases que era de lo que se trataba. Claro que en esa época el PSOE era marxista. Pero Margarita Nelken se pasó al PC y empezó a escribir en Mundo Obrero, más acorde con su nueva identidad. Su verbo exacerbado, con su incitación a las sacas que se produjeron en Madrid en los primeros meses de guerra, le valieron el apelativo de “serpiente con faldas” que le endilgó Juan Pujol en ABC (19 enero 1939). Terminada la guerra, se estableció en México donde apoyó a Jesús Hernández frente a Pasionaria en la Secretaría General, lo que le valió la consabida expulsión del partido.