Opinión

Forges

Hoy me pongo serio porque se ha muerto Forges. Como toda noticia importante, ha sido para mí un suceso inesperado, un golpe en el estómago. Sin saber nada de su maldita enfermedad, hace poco le mencioné aquí con un toque crítico. Recordé aquellos años de «Informaciones», en el caserón de la calle de San Roque, en los que yo le veía, en la mesa de al lado, dibujar sus primeros «forgendros» tan divertidos. Siempre me pareció, desde que lo conocí, que él era un personaje más, el principal personaje, de sus dibujos. Había una simbiosis perfecta entre el autor y su obra. A mí me encantaban sobre todo sus «blasillos» y esas avispadas viejas del pueblo, con saya y pañuelo negro a la cabeza, que hablaban de los nuevos tiempos y de las escandalosas costumbres de la ciudad. De fondo aparecía invariablemente el pueblo con la torre de la iglesia destacando en medio. Forges tenía cierta malicia picarona, pero sin mal humor. El mal humor, que no hay que confundir con el espíritu crítico –ahí están El Roto o el gran Alfonso Ussía–, sucede cuando el humorista ha perdido la inocencia. A mí me parece, que Dios me perdone, que Forges había perdido en los últimos tiempos la inocencia política, y por eso me hacía menos gracia cuando se dedicaba a dar consignas «progres», a pesar del afecto y el interés con que contemplaba su viñeta cada mañana.

Ahora me dolerá ese cuadro en blanco. Muchos lo echaremos de menos. Necesitábamos que alguien se dedicara a fustigar los siete pecados capitales de los españoles. Y él lo llevaba haciendo medio siglo con el mismo dibujo y sus divertidas palabras inventadas. Dice Ionesco: «Donde no hay humor no hay humanidad, donde no hay humor (esa libertad tomada, ese desapego frente a sí mismo), existe el campo de concentración». En un saloncito de mi casa, encima de la chimenea, tengo siempre a la vista viñetas originales de los dibujantes con los que he convivido en mi largo recorrido por los periódicos: Forges, Loriga, Peridis, Gallego y Rey, El Roto...Sin ellos este país, sin llegar a ser un campo de concentración, sería más inhabitable. En el dibujo de Forges un «blasillo» le dice al otro: «Fíate de la apertura y no corras». Y el otro responde: «Evidente». Eran los tiempos en que asistíamos a la agonía del régimen y pugnábamos por la libertad, no sin riesgo. Entonces aún no se había impuesto el disparate de defender en nombre de la libertad de expresión el insulto, la grosería, la blasfemia y las amenazas de muerte difundidas por supuestos artistas y humoristas. Puede que con los años todos perdamos un poco la inocencia. Con su muerte, Forges la ha recuperado.