
Mirando la calle
El síndrome de Erostrato
«Esa búsqueda de aprobación instantánea, son un anhelo generalizado, sobre todo en redes»
En el año 356 a.C., entre los numerosos recintos dedicados al culto a las divinidades, destacaba por su magnificencia el consagrado a Artemis, la diosa de la caza, los animales salvajes, el terreno virgen, los nacimientos, la virginidad y las doncellas. Según Plinio el viejo, medía 115 metros de largo por 55 de ancho y contaba con 27 columnas jónicas de 18 metros de altura, que soportaba un tejado monumental, protector del patio donde se veneraba la imagen de la deidad. El imponente santuario fue elegido por un pobre pastor de la ciudad para salir del anonimato. Su nombre era Erostrato quien, al parecer, empujado por el deseo de fama e inmortalidad, le prendió fuego al santuario. El sacrilegio le supuso la ejecución y que se prohibiera mencionar su nombre bajo pena de muerte; pero ni tal proscripción ni las diversas teorías sobre el hecho (Aristóteles se empeñó en que el fuego fue provocado por un rayo y hubo rumores maliciosos que acusaron a los propios sacerdotes de provocar el incendio) evitaron que Erostrato pasara a la historia y bautizara al síndrome de la búsqueda desenfrenada de notoriedad y reconocimiento público a cualquier precio. Esta obsesión, siempre presente entre los artistas, deseosos de trascendencia para darle sentido a sus obras, está creciendo de manera desmedida, no solo entre «fontaneros» (recuerden los ojos chispeantes de Leire Díez en su rueda de prensa), sino entre «pastores» de las redes (de todas las profesiones, también políticos como Óscar Puente), tan desconocidos como Erostrato, que buscan la fama a toda costa. Los cimientos de este síndrome suelen situarse en ese complejo de inferioridad estudiado por Adler, de donde emerge el deseo de poder patológico que provoca comportamientos competitivos y hasta destructivos. Desgraciadamente, en nuestros días, esa necesidad de refrendo público apresurado, esa búsqueda de aprobación instantánea, son un anhelo generalizado, sobre todo en redes, que rayan indudablemente la patología. No se busca el trabajo bien hecho, la obra magna que provoque la emoción o el bien común…, solo conseguir superar el anonimato y recabar likes. En definitiva: ser famoso, aunque sea desde la maldad o el engaño, procure castigo y sea flor de un día.
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