Opinión

Frutería Ton

Pocas armas tan letales como la vecina de barrio. No hay mejor cámara de vigilancia ni bocina más contundente contra el ladrón o para poner en su sitio al imbécil.

En el barrio de San Blas un tendero me sisó en una vuelta y mi vecina, mujer de armas tomar, chula y con mucha prole, envió a su hijo mayor a exigir el dinero. Lo devolvió ipso facto: «¿No ves que mi Lolo es drogadicto?» –explicó la Angelines, muy pagada de sí misma y estirándose el jersey sobre los orondos pechos–. «¡El tunante lo teme más que a un nublao!». Yo no sabía cómo darle las gracias.

La mujer postmenopaúsica, madre de familia, esposa de trabajador, no está para tonterías.

Hace bolillos con un sueldo enjuto, pone pucheros por la noche, para poder salir pronto a trabajar, y en la crisis ha sido paño de lágrimas de la tribu. La verdad es que en España la mujer manda mucho. Luego no la dejan entrar en los consejos directivos, ni le pagan lo mismo, pero ella tiene un liderazgo social bruñido a lo largo de siglos. Tengo la particular teoría de que se debe a la Reconquista, cuando los hombres se marchaban con las mesnadas y ellas asumían huertos, cosechas, pastos, corrales, niños y viejos.

La prueba de que Cataluña es España –si es que hay que probar algo– acaban de darla las clientas de la Frutería Ton, de Tarragona. Hartas de que el frutero independentista aliñase sus escaparates con lazos amarillos, le han escrito una carta estupenda: «Estimado Sr. Ton, somos un grupo de vecinas del barrio que siempre compramos en su tienda y nos está bombardeando con su lazo amarillo, cosa que no nos agrada. Usted puede tener unas ideas diferentes a las nuestras y nosotras no se las enseñamos. Su negocio es para vender y no para dar a entender sus sentimientos a todas las que compramos. Ya que usted se debe a su negocio y vive de él, si no quita el lazo hemos decidido no comprarle». Con dos ovarios.

El anónimo se ha hecho viral en las redes y es –no me cabe duda– una de las más eficaces reacciones frente al uso espurio de los negocios.

El independentismo ha educado a sus hordas para que utilicen todos los recursos a su alcance para la propaganda. Desde los tractores de los payeses a los uniformes de los bomberos, pasando por la escuela y las tiendas.

Las señoras de Tarragona han reaccionado en el mismo terreno. Se han quitado la mordaza de la vergüenza: cada uno es muy libre de pensar lo que quiera, pero no por eso ha de darle la murga a los demás.