Opinión
El niño desaparecido
Hace veinte años que veraneo en Las Hortichuelas, el pueblecito en el que ha desaparecido Gabriel Cruz Ramírez, que ya es un poco hijo de todos, angustiados como estamos. En agosto me despierto bañada en sol y, desde mi terraza, veo el caminito por el que se fue, flanqueado de higueras. He ramoneado mucho sus frutos. Entre la casa de la abuela Carmen y la de su tía abuela Rosa no hay «ná». Un crío de seis años hace el recorrido distraídamente. En el pueblo, que apenas tiene 20 habitantes fijos, nos conocemos todos. No, los padres tienen razón cuando reiteran que a Gabriel se lo ha llevado alguien. Paradójicamente, el senderito desemboca en la calle asfaltada más recorrida del pueblo. La mía. Son esos cinco metros de asfalto, entre la senda de arena y el chalet que alquilo, los cruciales. Porque cualquiera que hubiese vigilado y visto al crío salir de casa de Carmen, hubiese podido acudir allí en coche a recogerlo, sin levantar sospechas. En Las Hortichuelas Bajas no hay tienda, ni bar, ni estanco, ni ambulatorio. Así que circulan camiones de pescado, pan, frutas y todos aquellos que conocen la zona y saben que, entrando desde la carretera, se sale de nuevo a ella por la otra punta del pueblo. Sin necesidad de dar la vuelta, sin llamar la atención. Al menos un par de niñas y una pareja de hermanos juegan habitualmente allí ¿Por qué Gabriel y no otro? ¿Quién rastreaba el pueblo?
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