Opinión

El riesgo de las primeras veces

Érase una vez un niño bueno, estudioso y poco hablador... Hasta la adolescencia. Fue cumplir los 12 y metérsele el diablo en el cuerpo. A partir de entonces, lo que decían sus padres, antes ley, se volvió pura estupidez a combatir. Entonces él empezó a beber de cuando en cuando, como todos sus amigos. Al año siguiente ya acompañaba las copas con algún cigarrillo y al otro decidió probar los porros como tantos chicos de su entorno. Cuatro años después, con 16 años, está enganchado al tabaco, bebe alcohol, fuma hachís e inhala cocaína con regularidad. Sus padres, que no saben nada, ya se han acostumbrado a sus cambios de humor. «Cosas de la edad» –suelen decir– , «a ver si se le pasa el pavo». Ignoran que, para cuando el pavo cambie de plumas, ya tendrá otra jaula para siempre: las drogas; y que esos consumos de ahora no sólo le marcarán su conducta, sino que le dejarán serias cicatrices en su cerebro en desarrollo. Cómo saberlo, si no se han dado cuenta siquiera del motivo que ha convertido en imposible la difícil adolescencia de su hijo... Alguien les ha apuntado al ver al chico siempre enfurruñado y como ido, que puede estar consumiendo «algo». Pero ellos se han apresurado a negarlo. «Alcohol» –han asegurado restándole importancia– «como todos los chicos. Y algún cigarrillo, tal vez. Nada por lo que preocuparse». No quieren aceptar que el alcohol y el tabaco también son drogas. Las primeras. Las que abren las puertas y llevan a sus consumidores a acercarse sin miedo a las otras. Las que han convertido a su hijo en un adicto, sin que ellos se hayan enterado...