Opinión

Frivolidad

Ha habido elementos en la convención del Partido Popular en Sevilla, como el discurso de María Dolores de Cospedal el viernes y el de Mariano Rajoy el domingo, que permiten afirmar que, si quieren hacerlo, los populares están en condiciones de presentar batalla en los meses que quedan hasta las próximas elecciones.

No debería haber ninguna duda, por otro lado, de lo conseguido en estos seis años, desde el crecimiento económico, el auge del empleo, la salvaguarda y la reforma de las pensiones, el déficit, el nuevo modelo productivo o la aplicación prudente y sensata del 155.

Mucho queda en entredicho, sin embargo, ante asuntos como el protagonizado por Cristina Cifuentes en sus estudios de postgrado, que vienen a poner en duda toda la política de «regeneración» puesta en práctica por el PP en estos mismos años.

Y no sólo porque la presidenta de la Comunidad de Madrid, que lleva en el partido desde los tiempos de Alianza Popular, no haya sido el mejor agente de ninguna «regeneración», sino sobre todo porque indica que ese cambio, tan necesario, no va a tener los frutos esperados.

La renovación del Partido Popular, efectivamente, ha consistido en parte en poner entre paréntesis cualquier idea. Cierto que a veces las ideas crean más problemas que los que están llamadas a resolver. Aun así, no hay otro vehículo para atraer gente nueva, en particular los jóvenes, tan proclives a tomárselo todo en serio. Eso sin contar con los muchos que ya estaban movilizados en el partido.

Así es como la ejecutoria de estos años, que ha resultado en un cambio muy profundo de la sociedad española, contrasta con la superficialidad del mensaje que a su vez, y traducida en comportamientos políticos y personales, resulta en una sorprendente frivolidad. Es la otra cara de la desconfianza ante cualquier intento de dar un sentido a la acción e incluso a los extraordinarios resultados de esta.

El esfuerzo del Gobierno, y la sociedad que está surgiendo gracias a él se merecen otra cosa. El PP, tan experimentado, debe de saber que pocos pecados se pagan tan caro en política como la frivolidad.