Opinión
César Alonso de los Ríos
César era el segundón, así que lo mandaron a estudiar con los jesuitas y pronto destacó, pero no estaba de Dios que se hiciese cura, así que de la Facultad saltó al Frente de Liberación Popular, el «Felipe», en aquellos años donde oponerse a la dictadura te llevaba a militar en el Partido Comunista, cosa que hizo también. Primero fue rabioso opositor a Franco y estuvo en la cárcel por ello. Después evolucionó hacia posiciones conservadoras. Participó en algunos de los mejores episodios de la transición: «Cuadernos para el Diálogo» o «Triunfo», y fue desengañándose de los humanos y volviendo a la sabiduría de sus mayores. Porque César había nacido en Palencia, en Osorno la Mayor, y ser castellano y de pueblo es nacer entre campos lisos, mirando al cielo, y sinónimo de autenticidad, sencillez y falta de impostura. Nada de todo esto explicaría sin embargo cómo un dandy elegantísimo habitó entre nosotros, arrancándonos carcajadas de buen humor, pellizcos de mala leche sin mala leche y rociándonos de erudición generosa, fruto de muchas, pero que muchas horas de lectura. Supongo que eso fue el genio personal. Qué tardes en COPE, cuántos viajes
–como cómicos de la legua– con José Antonio Sentís o Alfonso Coronel de Palma, que acaban de precederlo en la muerte, pese a ser mucho más jóvenes. Me queda el consuelo de que se ha encontrado la tertulia hecha al subir. Y pienso en lo que se están riendo sin mí y me da envidia.
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