Opinión

El día de la bestia

Soy una bestia. Era hora de confesarlo. Aunque tengo forma humana es solo la apariencia, un espejismo tan básico como una botella de agua en el desierto, destilo «un odio perturbador, nauseabundo. Hay un pequeño bache en mi ADN». Todo porque no hablo catalán, el síntoma definitivo que explica el odio a los catalanes. Estoy rodeado de ellos. Mis jefes, por ejemplo. También una sobrina nacida en aquella tierra insana que habla ese idioma repugnante. Pobre pequeña. En las reuniones familiares la miramos raro como si quisiéramos dejarla sin postre. Disimulo muy bien. Les hago creer que no soy «un carroñero, una víbora, una hiena», me disfrazo de oveja aunque de entre los dientes asoma espuma fóbica que delata el alma animal. La enfermedad sin cura que derrite lo que aún queda de humanidad.

El retrato que de mí y de tantos millones de españoles hace Quim Torra no podía ser más acertado. Leyendo sus artículos me reconozco en cada párrafo, olisqueo las sílabas como un lobo hambriento. Al fin he sido descubierto. No soportaba más vivir en una mentira que me hacía «impermeable a cualquier evento que representara el hecho catalán». Soy una bestia. Como la mayoría de ustedes. Tengan valor y reconozcan su vileza. No se dejen engañar por los que argumentan que este señor, al que consideraba un impresentable en un país civilizado, es un xenófobo que se expresa con ideas del biologicismo propias de proyectos totalitarios. Algo así como un nacionalsocialista. No. Somos «pobres bestias que arrastramos algo freudiano». Bestias que aguantan que les insulten como los desalmados que maltratan a sus perros. No hay otra explicación. Piénselo bien.

Si fuéramos personas Torra estaría enjaulado, sería uno de los simios de los que hablaba Sabino Arana. Pero es el Molt Honorable presidente de la Generalidad de Cataluña sin que ninguna de esas organizaciones humanitarias que defendían el derecho a decidir y la actuación policial el 1-O haya expresado una línea de rechazo. Tenemos que estar equivocados. Acuérdense del chiste de las moscas y la mierda. Una vez reconocido el mal espero estar en fase de recuperación. Somos culpables de que «los simples y los vulgares campen a raudales. Hay que mirar al norte, donde la gente es limpia, noble y culta, no al sur, a España», donde se permite, misterios de la legalidad, que un político así dirija los destinos de una parte del territorio. El día de las bestias ha llegado. Si fuéramos personas estaríamos gritando en las calles. No nos queda otra que admitir que somos animales de compañía de la raza superior que se contenta con que nos pasen la mano por el lomo para apaciguar nuestra ira. Los derechos humanos son para los delincuentes. Las bestias merecemos que las palabras nos azoten.