Opinión
Reconciliación
Uno de los momentos más emocionantes de mi vida a los que asistí como cronista de la Transición fue la aprobación en el Congreso de los Diputados, el 15 de octubre de 1977, de la ley de Amnistía. Todos creímos, aquel día memorable, que presenciábamos la reconciliación definitiva de las dos Españas. Votaron juntos los viejos republicanos que habían regresado del exilio y los políticos que venían del franquismo. El grito dolorido de Azaña –«¡paz, piedad, perdón!»– encontraba en aquel acto, cargado de significado histórico, la respuesta adecuada. La ley de Aministía era, desde luego, la base y la condición imprescindible para la elaboración de la Constitución de la concordia, aprobada un año después de forma abrumadora, por unos y por otros, y que ha dado lugar al más largo período democrático, de paz y libertad, de la Historia de España.
Han pasado cuarenta años y los socialistas, con el respaldo entusiasta de las otras fuerzas de izquierda y de los nacionalistas, parecen dispuestos a convertir en papel mojado aquella ley de la Amnistía, sin medir las consecuencias. Muchos lo interpretan como un intento revanchista de darle la vuelta a la guerra civil, de cuyo inicio se cumplen mañana 82 años. Se argumenta que los crímenes contra la humanidad no prescriben. Se propone recuperar la memoria y reparar hasta donde sea posible la injusticia cometida contra las víctimas del franquismo. Se decide, de entrada, como una señal de fuerte contenido simbólico, sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos y poner todos los medios para identificar, sacar de las cunetas y dignificar los huesos de los desaparecidos. Nadie puede oponerse a esto último, que parece razonable. Sin embargo, existen serias dudas de que todo esto contribuya a la definitiva reconciliación. Más bien puede remover el odio dormido entre generaciones.
Puestos a revolver la Historia y a revisar crímenes imprescriptibles, la pretendida comisión de la verdad debería ocuparse también de las atrocidades de la República. Los socialistas y su cohorte de fuerzas de izquierda aún no han pedido perdón por la espantosa persecución religiosa en España –la más cruel de la historia moderna de Europa, junto con la persecución de los judíos en Alemania–, que fue una de las razones, si no la principal, de la rebelión militar y popular contra la República, que derivó en la guerra civil. Los datos están ahí: por el hecho de ser católicos, fueron asesinados 13 obispos, 4184 sacerdotes, 2365 frailes y religiosos, 283 monjas y 3.000 seglares. No hay reconciliación que valga si no es recíproca y basada en la verdad histórica.
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