Opinión

Ni bandos ni represalias

Una cosa es la necesidad de ofrecer una imagen de unidad y otra el reparto proporcional de puestos en la dirección del partido después del cambio de rumbo. Lo normal es que el líder del PP seleccione, entre los que le han acompañado en esta aventura, al equipo dirigente, sin cerrar la puerta a la incorporación de algunos elementos de la otra lista. Es lo razonable y es lo que veremos en la convención de Barcelona. Pero nada del 43%, como quiere Soraya Sáenz de Santamaría. Ella misma, siendo una personalidad política poderosa, suscita controversia interna y ha sido causa de división, con «sorayos» y «antisorayos», en esta importante confrontación. Y ha perdido. Debería reconocerlo de una vez, resignadamente.

Lo peor que pudiera pasar en esta etapa esperanzadora para la reconstrucción de una poderosa centroderecha sería el espectáculo de las banderías. La colaboración a la hora de dibujar la inequívoca imagen de unidad pasa por un apoyo cerrado a las decisiones del nuevo presidente, Pablo Casado, que está demostrando que sabe lo que quiere. Esto es más conveniente cuando las urnas están ahí. A la vuelta del verano empieza la campaña de las elecciones europeas, locales y regionales, en las que Casado ya ha adelantado que mantendrá a los candidatos previstos, aunque hayan respaldado a la otra lista. O sea, va a hacer de la necesidad virtud. Esto es especialmente importante en Andalucía, donde está la clave del futuro. Hay, por lo demás, indicios de que Pedro Sánchez, ante la inestabilidad de su Gobierno, sobre todo por el errático problema catalán, puede verse obligado a dar cerrojazo a la legislatura. No hay tiempo que perder. La consigna que se impone en el PP es: ni bandos ni represalias.