Opinión

Ilusionismo y decretazos

El Gobierno de Sánchez todavía no ha cumplido cien días y cualquiera diría que ya afronta algún síntoma de calcinamiento más propio de las segundas legislaturas que del periodo de gracia tras la llegada al poder. Demasiados miuras para tan escuálida cuadrilla parlamentaria en manos además de unos socios de todo menos fiables. La respuesta dada durante el paréntesis veraniego a los primeros problemas contantes y sonantes no ha ido más allá de claras dosis de inanición e impotencia y tal vez ahora algunos comiencen a caer en la cuenta de que eso que se llama gobernar con mayúsculas no se corresponde en absoluto ni con los gestos, ni con el control a veces burdo de la comunicación, ni con golpes de efecto de los que nadie se acuerda a la semana siguiente salvo, claro está, para lamentar algunas de sus poco medidas y a veces nefastas consecuencias.

Si alguien en el Gobierno pensaba que se marcharía de vacaciones con los únicos deberes realizados de abrir el puerto de Valencia al «Aquarius», recuperar la tarjeta sanitaria universal, remover el debate sobre los restos mortales de Franco, lanzar al aire alguna sonrojante ocurrencia acerca de la igualdad de género o agarrarse a una distensión virtual con el secesionismo catalán que siembra las calles, no de pintadas sino de flamantes marquesinas anti monarquicas de lazo amarillo, seguramente ya se ha persuadido de que lo normal era que le chafaran el verano.

Hay cosas para las que los grandes «gurús» del marketing político nunca pueden tener respuesta, sencillamente porque escapan a su etéreo radio de acción. El gabinete de Sánchez se ha visto solo y con respuestas impotentes y muy limitadas, por no decir nubiles ante una avalancha de inmigrantes por el estrecho, el mar de Alborán y la valla de Ceuta frente a la que ya no sirve el buenismo mediático. La respuesta hoy de Bruselas ante el clamor del problema no exento del precio del efecto llamada ha sido poco menos que un hipócrita y desdeñoso «Pedro, sé fuerte». La Guardia Civil desbordada, agredida, sin medios ni capacidad de actuación casi merece la nominación al Premio Carlomagno por la deuda que con este cuerpo de seguridad adquiere día a día la acomodada Unión Europea. También iban en el paquete veraniego otros inesperados «regalos» como el conflicto del sector del taxi con las «VTC» poniendo en jaque a la libre circulación de ciudadanos –vere-mos si septiembre no evidencia un mero aplazamiento del problema– por no hablar de un melón del techo de gasto que amenaza ser cerrado por la vía del decretazo a la bolivariana.

Empieza a no colar lo de responsabilizar a Rajoy, a Aznar, a Franco o al cardenal Cisneros. Sánchez ha comprobado este verano que para afrontar los problemas reales, ya no tiene el aliento de Podemos –si acaso su chantaje– ni del independentismo catalán gestando un otoño de impune chantaje al Estado, ni de otros socios que echan sus propias cuentas demoscopia en mano. Se acaba el ilusionismo y llega la hora de las «cosas de comer». Igual en Quintos de Mora alguien se ha preguntado si va a ser suficiente solo con andar jugando a la taba con los huesos de Franco.