Opinión
Volver
Me gusta volver. Primero se sorprende una con la vista renovada de la ciudad vieja, porque este alejarse estival remoza la mirada y te permite sorprenderte como una niña con lo que antes apenas percibías, tan asimilado lo tenías. No había caído una en lo verde que es Madrid, a pesar de tanto asfalto. Ni en lo señorial que resulta, en lo magnífica. También es castiza (nada mejor que mirarla con Antonio López desde el Cerro del Tío Pío) y popular y abierta, que aquí todos tienen patria. Hay una heladería cerca de casa, en la que no había reparado; una peluquería estrenada y un nido de urracas, nunca visto, junto a una ventana, que pareciera que los pájaros quisieran entrar donde el vecino.
Son nuevas las personas, que además vienen atezadas y rejuvenecidas, ahítas de sol y descanso. Las plantas han crecido una cuarta y tienen aspecto cimarrón, asilvestrado; la vivienda está tibia y algo carente de vida, como si un fantasma solitario la llenase de vacío. Hay mucho correo saliéndose del buzón.
También cuesta volver. El primer día en la oficina es de saludos y narraciones playeras y es imposible concentrarse y se sale mareada y confusa, admirada del ritmo urbano. Está una lenta como tortuga aletargada, corta de reflejos, incapaz de saltar a toda velocidad de una cosa a otra, que es lo que requiere esta endiablada capital, empeñada en arrollarte. Ni siquiera puede una enfadarse como corresponde con las agresiones del tráfico atroz y sonríe bobaliconamente ante los gestos obscenos y las increpaciones.
Luego, poco a poco, se va recuperando la vida en los miembros dormidos. Los dedos se hacen más diestros, se recupera la orientación, se echa mano a las cosas sin tanto cavilar antes. Ya empiezas a parecer urbana con los tacones y el maquillaje. Subes y bajas sin reflexionar, lo que te rodea se hace anodino de nuevo. El estrés te rescata de la ataraxia y te hace otra vez eficaz. Ya los pensamientos son más rápidos que las palabras y éstas más vertiginosas que los gestos. Ya baja el telón de la normalidad.
Y, sin embargo, conviene recordar la inocencia del regreso. La sorpresa que causaron las cosas al volver, cuando brillaron como al principio del mundo. Porque todo retorno es un comenzar de nuevo y a todos nos gusta estrenar. Y si te acuerdas de lo ingenuo y bello y nuevo que era el mundo caminas más eficazmente hacia el destino, que también es ingenuo y bello y nuevo. Y comprendes que te gusta empezar siempre, que estás hecho para iniciar. Y que las vacaciones te han servido para no caer en la trampa de creerte viejo en un mundo antiguo.
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