Opinión
De Castro del Río, Córdoba
Un hostelero, Manuel García, enfrenta en Blanes a los que tratan de cubrir con símbolos de plástico amarillo la fachada de su restaurante. El hombre lleva 50 años en Cataluña. Le llaman guarro y facha. En internet circulan los peores infundios respecto a su negocio. Que si su cocina está llena de mierda y cucarachas y que si todo lo que sirve es congelado. De Manuel García, natural de Castro del Río, Córdoba, el padrecito Pujol habría dicho sin rubor que era o fue uno de esos hombres anárquicos, destruidos y desarraigados. Uno de esos que, si por la fuerza del número llegasen a dominar, destruirían Cataluña, pues introducirían su mentalidad anárquica y pobrísima. En cualquier otro país digamos civilizado el citado teórico sería tachado de nazi y el hostelero recibiría protección y honores. Pero más allá de la escolta que le puso el ayuntamiento durante 48 horas, Manuel García, y como él los millones de Manuel García que no tragan con la ponzoña tribal, sufren a diario la ignominia de saberse y sentirse excluidos en sus propia tierra. Una limpieza cultural que arranca a mediados de los ochenta, cuando más de 12.000 maestros castellanoparlantes recibieron un telegrama de la Generalidad conminándolos a pedir destino fuera de Cataluña en un plazo 5 días al no haber superado la prueba de catalán. Apenas unos meses antes el xenófobo que tachaba a los andaluces de poseer una mentalidad pobrísima fue galardonado por el diario ABC como Español del Año y hasta acabó por recibir, años más tarde, la Orden al Mérito Constitucional. Nadie como Ada Colau, aventajada discípula de Salvini, para expresarlo. Exijo a Ciudadanos, dijo la artista, que sea responsable. Que no venga, que no venga a Cataluña, que no venga a Cataluña a incendiar las calles. Ciudadanos, ganador de las últimas elecciones autonómicas, recibe así el tópico tratamiento que tributa la tribu al extranjero. Expulsados sus miembros a las tinieblas que por bastardo origen les corresponden. Degradados a la condición de bárbaros por exigir, ay, la neutralidad de los espacios públicos en cumplimiento de la jurisprudencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y el Tribunal Constitucional. Humillados a la categoría de foráneos y hasta quién sabe si alienígenas por reclamar la neutralidad de unos poderes públicos suciamente encamados con la organizada delincuencia golpista. En Cataluña, España, a 3 de septiembre de 2018.
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