Opinión

Hostiles

En ocasiones, el cine supuestamente dedicado al entretenimiento proporciona ocasiones de reflexión. Es lo que me sucedió recientemente con Hostiles. En apariencia, se trata únicamente de una película del oeste como tantas. Un capitán a punto de retirarse recibe el encargo de trasladar hasta Montana a un jefe indio agonizante para que pueda reposar en su tierra natal en el momento de morir. La aventura –que no está exenta de emociones– irá descubriendo, sin embargo, verdades milenarias. Por ejemplo, que en las guerras reciben la muerte no sólo combatientes sino también mujeres y niños sin excepción de bando o que ambos contendientes pueden ser despiadados e incluso crueles porque jugarse la vida no es asunto baladí. O que el resentimiento entre combatientes está pespunteado por la muerte de camaradas de armas a los que se quiso y respetó entrañablemente.

A pesar de todo, ese horror propio de los conflictos bélicos no pocas veces está acompañado de grandeza y, por añadidura, nos recuerda lo que de común tenemos con cualquier otro ser humano por distinto que sea el lado ocupado en la contienda. Los seres humanos desean el bien de la familia –salvo que militen en la maligna ideología de género– anhelan vivir en paz, sueñan con realizar alguna tarea útil a su paso por este mundo y, al fin y a la postre, saben que un día morirán incluso aunque hayan arrancado la vida de no pocos de sus congéneres. Todos estamos unidos por la muerte como parada final de nuestro destino y ese ya es sobrado argumento como para reflexionar acerca de la manera en que atravesamos este mundo. Aunque la acción de la cinta se sitúe entre Nuevo México y Montana en 1892, no pocas de sus situaciones me recordaron referencias a la guerra civil española.

Hace más de cuarenta años, pareció indiscutible que aquellas heridas debían cerrarse y, como señala el veterano cacique de Hostiles, mirar hacia adelante. Gracias a esa trágica desgracia nacional que fue ZP se comenzó a desandar uno de los pocos logros políticos de los últimos quinientos años de los que puede considerarse legítimamente orgulloso todo el pueblo español. Ahora vamos a peor con un gobierno en minoría apoyado en fuerzas que desean dinamitar el edificio del estado simplemente para repartírselo. España, lamentablemente, hace tiempo que dejó de mirar hacia el futuro para quedarse encallada en un pasado teóricamente inasimilable.