Opinión

Nobel para Puigdemont

Desde aquí suplico humildemente a la Academia Nobel que otorgue el premio de la paz a Carles Puigdemont, el Obama catalán, para que reine de una vez el Apocalipsis global, la comprobación empírica de que la civilización ha encontrado al fin la manera de autodestruirse, que las portadas de todo el mundo se ilustren con tan fausta figura que tanto bien ha hecho a su pueblo y que definitivamente el orbe sea una mala copia de «Tu cara me suena». Sería sublime. En las iglesias se repartirían caretas del rebelde en una suerte de carnaval independentista en el que hasta los de la CUP harían la señal de la cruz. La madre Teresa de Calcuta, camino a los altares, quedaría en pellizco de monja al lado de las virtudes que acompañan al fugado de Waterloo.

La paz es ya una rata en lugar de una paloma y en lugar de una rama de olivo lleva un lazo amarillo. Al fin se hermanaría con Luther King pero también con la birmana Suu Yyi que masacra a los rohinya como si fueran españoles de Myanmar. El Nobel es un escándalo de abusos sexuales, pura dinamita en honor de su creador. Es el momento de que vuelva a tener crédito internacional. Una pena que pueda arrebatárselo a mi admirado, aunque solo sea por sus estilismos de «influencer» Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, el país donde los disidentes se echan a una jauría de perros, o Donald Trump, otro ladrillo en el muro. La broma sería como un chiste de Eugenio. Esa manera de reírse de tu propio drama. Es hora de las casas de apuestas acierten. España ya es la tierra del surrealismo y con Puigdemont de adalid de la paz convertiría el urinario de Duchamp en un campo de melones. Aguardo esperanzado la noticia. Tanta paz lleves a Oslo como descanso dejas.