Opinión

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Un tuit reciente de Donald Trump ha debido hacer rechinar los dientes de envidia a buena parte de los gobernantes de los países occidentales. «La tasa de crecimiento (4,2 por ciento) es superior a la tasa de paro (3,9%)». Y aunque luego Trump añadía un comentario jactancioso, y falso, el hecho en sí es indiscutible.

Muchas voces ponen en duda el «milagro económico» trumpista. Obama ha insistido de nuevo en que el mérito le corresponde también a él y a sus políticas de saneamiento. El déficit público se ha disparado, la deuda sigue creciendo y Estados Unidos –y Trump– no dejan de aprovecharse de la ventaja que ofrece tener una divisa global como el dólar.

El caso es que, sean cuales sean las causas, la economía norteamericana conoce uno de sus más largos períodos de expansión y que según todos los indicadores, incluidos los del Fondo Monetario Internacional (FMI), no se ve todavía el final del movimiento. Los beneficios de las empresas norteamericanas crecen anualmente un 16 por ciento y los salarios han vuelto a aumentar en un 2,9% anual, como han seguido creciendo los ingresos medios de los hogares, hasta llegar a los 61.372 dólares anuales.

Y en contra de todas las previsiones acerca de los desastres que iba a traer la Presidencia de Donald Trump, incluso disminuye la tasa de pobreza: del 14.8% en 2014 ha pasado al 12,3% en 2017.

Trump no es un modelo para nadie. En particular porque las economías europeas, que sostienen cargas sociales muy onerosas, no aguantan medidas como la masiva bajada de impuestos y las desregulaciones que ha puesto en marcha el presidente norteamericano.

Algo sí que se podía hacer, sin embargo –también en estos dos aspectos– y sobre todo queda la idea de una administración centrada en la prosperidad y la creación de riqueza. Es un sueño, claro está.

Las prioridades de nuestros gobernantes son muy distintas, y mucho más elevadas que el dinero: identidad, género, lucha de clases, nacionalidades, pueblos, memoria histórica, republicanismo. Aun así, una dosis de realismo nos beneficiaría a todos. Incluso nos haría más libres.