Opinión
Ni «plasmas» ni «tuits»
Contemplábamos la pasada semana al ministro Pedro Duque dirigirse en un acto público al respetable con un sorprendente «sé que esto a ustedes no les interesa, aunque sí a los medios de comunicación». La «morcilla» en su intervención tenía que ver con el informe encargado a sus asesores y que en su momento haría público a propósito de las informaciones que le han puesto en la picota por la utilizacion de una sociedad patrimonial para pagar menos impuestos. Al ministro no le traicionó el subconsciente, sencillamente estaba poniendo voz, –como también viene por otra parte ocurriendo en las últimas comparecencias de la ministra portavoz Isabel Celaá– a lo que secularmente ha pensado mucho político cuando se le preguntaba sobre temas incómodos, cuestiones que no interesan más que a los obcecados medios de comunicación, como si existiera una absoluta disociación entre la opinión pública y las noticias con las que cada mañana nos desayunamos. Toda una sublimación de la famosa distincion que Felipe González establecía entre «opinión pública» y «opinión publicada».
En materia, no tanto de relación con la prensa como del respeto mismo a un estamento vital para la salvaguarda de la salud democrática, el actual gobierno ha dilapidado en tan solo cuatro meses, todo el aval regeneraciónista con el que había llegado tras la «operación desalojo» de Rajoy. A ese «abrir las ventanas de la Moncloa» al que se refería charlando con periodistas un alto cargo de presidencia, en su intento por vender nuevos y límpidos tiempos de transparencia cuando todo eran sonrisas de «Aquarius» y gobierno «guay-feminista», se han antepuesto la callada como toda respuesta a las preguntas de la prensa, el «tuit» como casi exclusiva vía para las tomas de posición sobre grandes asuntos al más puro estilo del denostado Donald Trump y el poner tierra y guardaespaldas de por medio ante la previsible presencia de periodistas.
Que el mismísimo presidente Sánchez lleve sesenta y ocho días sin comparecer en España ante la prensa para responder a cuestiones generales no sólo es todo un síntoma de cómo algunos entienden según qué cosas en función de cómo les afectan en primera persona, sino que viene a batir todo un récord de opacidad gubernamental desde los tiempos de Adolfo Suárez allá por la transición. Ningún presidente de la actual democracia había dejado pasar dos meses sin mediar una rueda de prensa y en este lunes de octubre ni está, ni se le espera en una situación que comienza a rozar la broma pesada y que trae a colación el inevitable recuerdo de la leyenda negra sobre unos «plasmas» en las comparecencias de Rajoy que solo existieron en algunos de sus discursos ante la junta directiva del PP. El anterior presidente comparecía en Moncloa –cierto es que sin turno de preguntas– para responder a las duras andanadas del secesionismo catalán, pero los graves acontecimientos de violencia en torno a este último 1 de octubre y la deriva de Torra no han merecido por parte del actual jefe de gobierno más que un «tuit»como toda valoracion. Alguien debería reparar en que sedar a la prensa no parece buena idea. El plasma es una broma sin gracia, pero el «tweet» es directamente una soberana tomadura de pelo.
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