Opinión

La querida

Es conocida aquella anécdota de la esposa que, desde un palco del Liceo, fue advertida de que la querida de un conocido burgués se sentaba en un palco. Tras examinarla, señaló: «La nuestra vale mucho más». Ciertamente, la querida implicaba una clara violación de las enseñanzas católicas sobre el adulterio, pero también se había convertido en un termómetro del status social. A mí lo de la querida me parece moralmente mal, pero debo reconocer que se trataba de un estropicio controlado. Se le ponía un piso, se le compraban vestidos, se le obsequiaba alguna joya y el mal quedaba circunscrito al patrimonio familiar. Lamentablemente, ese daño comenzó a extenderse de manera peligrosa en las últimas décadas.

Empecé, primero, a verlas entrar en puestos inmerecidos en los departamentos universitarios. La querida era más tonta que hecha de encargo, pero se encontraba con una titularidad como Saúl iba en busca de unas asnas y dio con un reino. No mucho más tarde, comencé a contemplar cómo se les otorgaban asesorías, concejalías y alcaldías. Fui descubriendo a las queridas en el Congreso, el Senado y los gobiernos autonómicos. Se colaban en medios de comunicación, dirigían programas y recibían premios. Al final, han terminado recalando hasta en consejos de administración de bancos que se supone que es el ámbito de la sociedad que debería ser más serio. Se mire como se mire, este peculiar fenómeno social constituye un verdadero desastre. Antes, como mucho, sucedía como en «La muerte de un viajante», en que la esposa de Willy tiene que zurcirse sus medias mientras el marido se las regala a la fulanota de turno. Ahora, sin embargo, el panorama es desolador. ¿Qué culpa tienen los administrados de que el baranda vigente tenga una querida a la que coloca a cargo de un puesto para el que está ayuna de competencia? ¿Por qué tienen que pagar los clientes de un banco que un jerarca coloque al mando de un puesto esencial a la señora-señorita con la que comparte el lecho? ¿Acaso el que sea útil en la cama para alguien con poder justifica que sea una verdadera inútil en el área en la que ordena y manda? Con el corazón en la mano tengo que decir que no lo creo. ¡Que cada adúltero se pague su querida, como Lucifer manda, y que no recaiga su pecado sobre la desprevenida e ignorante colectividad!