Opinión

Elija su monstruo

Un artículo del comentarista Timothy P. Carney, que tiene libro a punto (traducción express: «La América alienada: por qué algunos lugares progresan mientras otros colapsan»), avisa desde las páginas del «New York Times». Los demócratas aspiran a reconquistar el Rust Bell. El Cinturón Industrial. Que va de los Apalaches, cuna de la Carter Family, a los Grandes Lagos. Pensilvania, Ohio, Misuri, Wisconsin y etc. En especial los distritos más deprimidos. Aquellos que votaron a Obama en 2008 y 2012. Los que en 2016 desertaron de Hillary en favor de Trump. Ojo: siguen enamorados del proxeneta rubio. Enredados a la idea de un multimillonario tan caricaturesco que parece salido de los Simpsons. De cuando los guionistas a las órdenes de Matt Groening todavía bromeaban con los estereotipos. Son votantes a la contra. Se consideran traicionados por Washington. Olvidados por las dos Costas. Perdidos entre sobredosis de opiáceos y ratas como castores. A merced de una corriente envenenada con plomo mientras los últimos que resisten, desplumados por el seguro, trasiegan copazos, despotrican de los imbéciles esnobs que salen en la tele y avanzan en una silla de ruedas rumbo al baño. Carney habla de comunidades destruidas.

Dinamitadas hasta la empuñadura. En busca de un actor, un arcángel, un gurú que nos explique cómo escapar de este lago de heces. Cómo abrir las ventanas. Cómo demonios recuperamos el latido común, reconstruimos nuestras vidas y, con ellas, el suave mosaico de lealtades y afectos, solidaridad y recuerdos. De ahí que, desencantados con el rumbo actual, tras comprobar que siguen donde solían, retiren su voto a los gobernantes y sigan buscando. El viejo contrato entre el elector y los candidatos, el aspirante y los votantes, que cobra tintes infinitamente más siniestros a la luz ultravioleta de la depauperización, más allá de las condiciones de vida, de la vida tal y como la conocíamos. Al menos en grandes extensiones de unos Estados Unidos que parecen varios países. El problema no proviene tanto del momento puntual de la economía como del extrañamiento ante una realidad líquida y un tiempo que no reconocen. Suceda lo que suceda el 6 de noviembre, dentro de 2 años podrían votar a Trump. Reelegirlo. Premiarían su propia fantasía e intentarían aplacar, hasta nueva orden, su insaciable fermento: la certeza de creerse estafados y el corolario del sentimiento victimista: esa lustrosa capacidad para engendrar monstruos.