Opinión

¿Quiénes fabrican Bolsonaros?

Es casi de infalibilidad matemática. Cuando contemplamos a lo más exquisito de lo políticamente correcto echarse las manos a la cabeza y escandalizare ante el triunfo –en las urnas, dicho sea de paso– de opciones extremas como ha ocurrido recientemente con el caso del ultraderechista Bolsonaro en Brasil, a todo el mundo parecen entrarle las prisas por pagar su cuenta y marcharse cuanto antes, dada la inevitable pero al parecer todavía eludible pregunta de ¿por qué? Un interrogante cuya respuesta puede que tenga mucho que ver con el fracaso de la democracia, si por ello entendemos la incapacidad de los partidos políticos centrados y convencionales para solucionar algunos de los problemas reales y más acuciantes de los ciudadanos.

Ver crecer a lo largo del tiempo a un monstruo desde sus orígenes hasta convertirse en amenaza y no hacer absolutamente nada para pararlo es algo que acarrea consecuencias inevitables y no hace falta mirar a Brasil para comprobarlo, sencillamente porque en España tenemos buenos ejemplos que ponen al desnudo esa incapacidad o cortedad de miras. Todavía resuenan las puristas críticas a la ley de partidos que permitió la legalización de Batasuna y el consiguiente envio a prisión de su mesa nacional. Parecía que el pedigrí de nuestra democracia se estaba poniendo en cuestión y sin embargo, el resultado vino a demostrar que esa democracia había quedado más fortalecida, tan solo se trataba de defenderla frente a sus enemigos. Pues bien, paradójicamente pocos años después aparecen unos señores dispuestos a arrancar de cuajo los valores del régimen del 78 y ahí no sólo nadie se echa las manos a la cabeza, sino que se contemplan con inquietante condescendencia algunos «tics» que no se corresponden precisamente con lo más límpido de los valores democráticos.

Siempre hay fórmulas en un estado de derecho para evitar que los Bolsonaros de turno lleguen al poder, pero desde luego la más infalible es no dar argumentos para que millones de ciudadanos que no son peligrosos fascistas acaben votando a estas opciones. Cabe en este sentido preguntarse si las «avanzadas» sociedades europeas podrían asimilar de manera distinta a la brasileña u otras aún en el puente hacia el desarrollo, realidades como la de miles de millones esquilmados por la corrupción no necesariamente de partidos de extrema derecha, mientras la economía permanece hundida y con el escalofriante dato de miles de muertos por la inseguridad generalizada. Añadan al cóctel de nitroglicerina el componente de un nada despreciable núcleo de población, que ante la gravedad de la situación acaban dando su voto a quien les dice lo que realmente quieren oír.

Los «Bolsonaros» siempre tienen un «porqué» y no siempre hay que buscarlos entre los populismos que campan lejos de nuestras fronteras. No hace falta salir de España para contemplarlos, bien convirtiendo cada semana el Parlamento en un gran circo o, sencillamente, como ocurre con el separatismo catalán, materializado en el más grave desafío interno a un estado europeo desde la guerra de los Balcanes. El mero hecho de que estén ahí amenazando con volarlo todo siempre supone un pequeño o no tan pequeño fracaso para la democracia.