Opinión

«Magnicidios Maduro»... o no

Que nadie se engañe, cuando la tensión se agarra a las tripas y se empuja día sí, día también a la propia sociedad a interpretar la partitura del juego político desde la víscera, ni existen pobres diablos, ni desequilibrados, ni lerdos francotiradores del tres al cuarto rehenes de sus delirios en el «wasap». La noticia que conocíamos hace tres días a propósito de la detención a cargo de los Mossos d’Esquadra de un individuo, vigilante jurado con licencia de armas y al parecer competente deportista para más señas, por querer atentar presuntamente contra el presidente del Gobierno, ha generado todo tipo de reacciones en un amplio abanico que va desde el victimismo solemne y oportunista de quienes pretenden cerrar filas frente a una derecha a la que irresponsablemente se quiere vender como rabiosamente desbocada –el detenido manifestó por «wasap» su intención de atentar como venganza contra la exhumación de los restos de Franco– hasta quienes en el otro extremo no han dudado en señalar una maniobra encaminada a rentabilizar la acción de un lobo solitario de «pacotilla» al más puro estilo Maduro tras el atentado, cuando menos «sui géneris» de hace semanas contra el presidente venezolano. Convendría por lo tanto situar las cosas en su debido sitio. Ni se trata de un hecho digno de abrir –como abrió– todos los telediarios en un contexto informativo en el que se entra al «trapo» de todo lo que se mueve, –hoy una importante parte de nuestro periodismo primero dispara y después pregunta– ni debería minusvalorarse el hecho de que elementos de una sociedad crecientemente crispada acaben ocasionando daños irreparables por puntuales y aislados que puedan resultar. Tan solo hace unos días sin ir más lejos sabíamos del envío de bombas caseras contra Obama, Hillary Clinton y la cadena CNN.

Y es aquí donde entra en juego lo realmente sustancial, la responsabilidad de quienes desde la política se obstinan en priorizar una estrategia de desgaste a toda costa del adversario, que pasa por la agitación de la propia parroquia, la cual acaba –véase el caso de Cataluña– en primera línea de barricada. Toca ahora lo de ir creando ambiente de cara a próximas citas con las urnas, aquel «nos conviene que haya tensión» de «ZP» a Gabilondo cazado por un micrófono en la entretela de una entrevista televisiva y el mantra de la extrema derecha amenazante parece que va a ser si no el único al menos el principal hilo argumental del partido del gobierno y de sus socios preferentes. Una estrategia que tiene mucho de juego con frascos de nitroglicerina teniendo en cuenta que quien pretende movilizar a una parte corre el riesgo de crispar a la contraria. La gestión por parte del ejecutivo de Sánchez de la exhumación/inhumación de los restos de Franco se ha convertido en más que indicativo botón de muestra. Si nos detenemos en un «wasap» amenazando la vida del presidente, tampoco estaría de más hacerlo en las razones que llevan a un contexto en el que se pegan por algunas calles de España carteles con la fotografía de políticos en el centro de una diana. No es extrema izquierda ni extrema derecha. Es extrema estupidez.