Opinión
Despoblación
Tras décadas de ceguera política y mediática, el problema entra en la agenda oficial. El Gobierno reconoce, por fin, públicamente que «la despoblación es el mayor reto de España, el mayor desafío como país». Lo ha dicho la ministra de Política Territorial, la catalana Maritxell Batet, en el discurso inaugural de la II Feria Nacional para la Repoblación de la España Vacía, conocida por PRESURA, que ha tenido lugar en Soria la semana pasada, promovida por El Hueco, una empresa social soriana que busca superar la supremacía cultural del mundo urbano y ofrecer soporte a los emprendedores del mundo rural. En castellano «presura» significa prisa, prontitud y ligereza con que se hace una cosa. Lo que se quiere decir es que hay que poner freno urgente a la hemorragia humana de los pueblos y corregir la «brecha rural», garantizando la igualdad de oportunidades. De entrada, a la hora del reparto del presupuesto a las comunidades autónomas habrá que tener en cuenta el sobrecoste de los servicios públicos –Sanidad, Educación, Dependencia...– en la España del interior, con una población escasa, menguante, envejecida y dispersa.
En el «Ágora» de PRESURA se han ofrecido datos demoledores: en esta España medio vacía, que ocupa el 53 por ciento del territorio nacional, viven dos millones y medio de habitantes, menos de nueve por kilómetro cuadrado. En comarcas de Soria, Teruel y Guadalajara el porcentaje se desploma por debajo de cuatro habitantes por kilómetro cuadrado. Es lo que se ha llamado la Serranía Celtibérica. En la comarca de las Tierras Altas de Soria, que el cronista conoce bien, viven, en un paisaje de pueblos muertos, menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado, el mayor desierto demográfico de Europa. Etcétera.
El Comisionado para el Reto Demográfico, creado por el anterior Gobierno, presentará en primavera el plan estratégico nacional para corregir el desequilibrio. Habrá que estar atentos. El anuncio coincidirá, ¡ay!, con con la campaña de las elecciones locales y regionales, tiempo de promesas y decepciones. Pero, por fin, algo se mueve. El caso es que esto sólo se arregla con un gran proyecto global, respaldado por las principales fuerzas políticas y la Unión Europea, que incluya comunicaciones –autovías, ferrocarriles, acceso a Internet de alta velocidad...–, exenciones fiscales a las empresas, estímulos atractivos a la gente joven para que vaya a vivir a los pueblos, decidido apoyo al turismo rural y al turismo cultural del interior, respaldo a la ganadería extensiva y a la industria agroalimentaria, campos de alta tecnología, etcétera. Todo menos remiendos y promesas.
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